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4 — La peor fiesta de cumpleaños

Al cumplir los dieciocho años, su tía Ángela tuvo el descaro de organizarle una gran fiesta en la casa. Invitó a medio mundo y obligó a Brenda a lucir “preciosa” para la velada, que pretendía emular aquellas recepciones fastuosas que ofrecía la reina Isabel II en su palacio. Entre los asistentes se encontraban varios amigos de su madre: personas que la habían conocido gracias a sus pasarelas, sesiones fotográficas y eventos sociales, desde campañas publicitarias hasta concursos de belleza nacionales, modestos pero prestigiosos.

¿Cómo era posible que su tía tuviera el descaro de humillarla de aquella manera? Brenda ya era mayor de edad y, con la ley de su lado, podía sacarla de la casa y de su vida en cualquier momento. Estaba cansada, harta de todo lo que Ángela le había hecho pasar en los últimos meses.

Y lo peor era que su tía conocía perfectamente esa realidad. Ella misma había asistido a la lectura del testamento de su hermana y, al descubrir que Gabriella había nombrado a Brenda heredera universal, algo dentro de Ángela se endureció hasta volverse piedra. Desde entonces, descargó su frustración y resentimiento en su sobrina, a pesar de haberla amado con sinceridad cuando llegó al mundo, incluso bajo las peores circunstancias.

Pero Brenda no tenía la culpa de nada.

Entonces, ¿por qué su tía había cambiado tanto, si ella era la única familia que le quedaba?

Aun así, obligada por Ángela, Brenda recorrió el salón para saludar a cada uno de los invitados. Muchos habían sido amigos cercanos de su madre, personas que alguna vez la apoyaron en todo… pero ahora la miraban de arriba abajo con desdén, como si el simple hecho de haber subido de peso la convirtiera en un ser indigno. Desde la última visita de sus “amigas”, los rumores sobre su sobrepeso se habían esparcido incluso por redes sociales.

Nadie lo creía, nadie la reconocía… y ese día, su día, el que debía ser especial por celebrar sus dieciocho años, terminó convertido en una absoluta porquería. Miradas de asco, de burla y de desprecio fueron lo único que Brenda recibió durante toda la noche.

Cuando llegó el momento del brindis, Ángela alzó su copa con una sonrisa ensayada y pronunció unas palabras que le cayeron a Brenda como un balde de agua helada:

—Ofrezco este brindis por mi amada y preciosa sobrina Brenda —dijo con voz empalagosa—. Para mí es más una hija que una sobrina, y gracias a ella soy la mujer que soy hoy. Cada día hago lo posible por ayudarla a convertirse en una mejor versión de sí misma. ¡Por Brenda!

Las copas se alzaron. Las sonrisas falsas siguieron.

Y Brenda sintió que algo dentro de ella se rompía un poco más.

Más no lo aguantó, miró a su tía con un odio profundo, uno del que jamás había sentido en toda su vida por alguien, porque Brenda siempre fue una niña feliz y cariñosa con las personas más cercanas a ellas, pero ahora, era otra. 

Brenda se había transformado, y todo había sido gracias al desprecio y la falsedad de tu propia tía, sangre de su sangre. Ella solo anhelaba que, desde el cielo, su madre no estuviera triste por la traición de su propia hermana hacia su hija. 

Cuando terminó el brindis, Brenda se quedó sentada, sola, en una mesa redonda, para cinco personas. Nadie quería acompañarla, todos los invitados preferían amontonarse juntos en una sola mesa, así no hubiera espacio para más que estar junto a ella. Al parecer, a todo el mundo se le ha olvidado que ella es la homenajeada, que todos estaban allí era por ella, no por nadie más. 

Pero a nadie le importaba. Incluso llegó a pensar en retirarse… y así lo hizo. Nadie notaría su ausencia; para todos los presentes, Brenda era poco más que un mueble fuera de lugar en aquella fiesta. Además, su tía brillaba por su ausencia, como si se hubiera evaporado con un chasquido de dedos.

(Ojalá hubiera sido para siempre…)

Pero no. No tuvo tanta suerte.

Brenda subió a su habitación antes de que Johanna —o cualquier miembro de la servidumbre— intentara convencerla de darle otra oportunidad a la hipócrita de su tía, de “hacer las paces” y volver a ser la familia que fueron antes de la muerte de su madre.

Sin embargo, un sonido inesperado la detuvo en seco. Gemidos. Gemidos suaves que se intensificaban a cada paso que daba hacia su habitación.

Su estómago se revolvió.

¡No podía ser!

¿Quiénes demonios eran los desgraciados que estaban teniendo sexo en su propia habitación? ¿En su cama? ¿En su casa?

¿Tan difícil era irse a un motel a saciar sus necesidades en vez de invadir un espacio que no les pertenecía?

La furia comenzó a subirle por la garganta como una ola ardiente.

Abrió la puerta de par en par, no le importaba un carajo nada. 

Necesitaba sacar a los ratones intrusos que invadían su habitación como plagas. 

¡No lo podía creer cuando lo vio!

Su tía estaba teniendo sexo en su cama. 

Desgraciadamente, Brenda reconoció la cara del amante inoportuno de Ángela. 

Era Jason, su amor platónico de la secundaria. 

Con Jason, habían salido un par de veces, hubo besos, pero no hubo nada más allá que solo eso. 

Jamás habían llegado a oficializar su relación, porque su madre no la dejaría tener novio hasta los diecisiete años. Cuando habían salido, ella tenía quince, y él diecisiete años. 

—¡Tía Ángela! ¿Qué demonios te pasa por esa desabrida cabeza? ¿Hasta cuándo más quieres seguir jodiéndome la puta vida?—gritó Brenda con ira, sin contenerse, sin que le importara que los demás invitados se dieran cuenta de todo. 

Pero a su tía no le importaba tampoco. De hecho, nada la hacía más feliz que hacer sufrir a Brenda, y más para cuando ella supo acerca de su “relación” a escondidas entre ella y Jason. 

Jason tampoco se inmutaba a negarlo, es más, no quería deshacerse de la posición en que se encontraba con la sugar mommy: Ángela estaba sentada encima de él, con el vestido de gala rojo un poco levantado y el escote hacia abajo pegado a la cara del chico como para que así Jason pudiera saborear mejor sus pechos arrugados. 

Ni siquiera parecían querer bajarse de la cama de Brenda, y ahora, ella tendría que botar el colchón, puesto que, evidentemente, no sería capaz de volver a dormir allí sin llegar a tener una sola pesadilla acerca de este momento tan incómodo para su vida. 

—¿Qué m****a están esperando? ¿Por qué putas siguen en mi cama? ¡Largo los dos de aquí y de mi casa, ahora!—gritó Brenda con exageración, sintiendo como su cuerpo se debilitaba por culpa de la ira que no dejaba de estremecerle la piel. Si Brenda no se controlaba, las consecuencias de sus acciones serían muy graves.

Pero, ¿Cómo carajos iba a controlarse con una situación ocurriendo como la que estaba frente a ella en ese momento?

Verdaderamente, su “tía” Ángela, se había pasado de la raya. 

Aunque Brenda y Jason no hubieran podido tener una “relación” más allá de solo pequeños encuentros casuales y a escondidas de todos, de todos modos, ella si estuvo enamorada de él, y verlo como se revolcaba en su propia cama con su tía, fue una noticia que le cayó como si un ladrillo le hubiera golpeado fuertemente la cabeza.

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