El domingo le llegó a Sofía como la peor carga de culpabilidad y ansiedad. Gabriel la llevó a casa de sus padres, y al ver la puerta, eso solo sirvió para multiplicar su sensación de traición hacia ellos. Se pasó el día en su habitación, evadiendo las preguntas de su madre y la simple presencia inocente de los empleados de la casa. La cama, donde había dormido durante toda su vida, se sentía ahora como el lugar de descanso de una criminal recién salida de la cárcel.
El punto de su tormento era la camisa de seda rota, escondida ahora, bajo un montón de recuerdos del viernes. Era un trofeo de algo que nunca debió suceder, la evidencia de una pasión que había puesto en peligro a dos familias y una corporación. Se repetía las palabras de Gabriel en su mente: profesionalismo. Pero cada vez que cerraba los ojos, veía los ojos llenos de lujuria de Alejandro, por rabia, de haber sido interrumpido, y por el deseo que tenía por ella.
La reubicación al Departamento Legal de Cumplimiento era una