Por un instante, vislumbró un reconocimiento en el sutil brillo de los ojos del sacerdote. Pero no provenía del despiadado hombre de negocios, sino del esposo de Elizabeth Walker.
«Señor Walker… es un placer conocerlo. Su esposa es una de nuestras feligresas más devotas. La he echado de menos últimamente. ¿Le ha ocurrido algo a la señora Walker?».
La preocupación parecía sincera. El sacerdote sabía que el matrimonio de Elizabeth estaba rodeado de silencio y dolor, pero jamás esperó ver allí a su esposo.
«Sus donaciones han sido invaluables para el mantenimiento de las residencias de ancianos y niños», añadió con sincera gratitud.
«Es lo menos que puedo hacer», respondió John, intentando mantener un tono impersonal.
En el mundo de los negocios, lo llamaría un intercambio estratégico. Pero allí, los «beneficios» que esperaba eran distintos: respuestas.
«¿Conoce bien a mi esposa?», preguntó con un tono calculado y neutral.
«Sí. Soy su director espiritual», respondió el sacerdote con calm