—¡¿Un taxi?! —John pareció atónito—. ¿Y por qué no me avisaron?
—La señora Walker a veces va a las vigilias matutinas en la iglesia. A los guardias de seguridad no les sorprendió la hora, solo que fuera en taxi. Dijeron que estaba tranquila y que no quería que la acompañara ningún guardia.
—¡Deberías haber estado con ella! —acusó John, sintiendo cómo la ira le subía por las venas como un fuego incontrolable—. Te contrataron para eso.
James intuyó que algo había pasado.
—La señora Walker pidió cambiarme el día libre a ayer y dijo que no necesitaría el coche. No me dijo el motivo del cambio.
—¡¿Y a nadie se le ocurrió avisarme?! —rugió John, golpeando la encimera de la cocina con el puño. La piedra tembló con el impacto.
—Señor... con el debido respeto, todo parecía estar en orden. Salió temprano y poco después hubo el cambio de turno.
James dudó un instante, y luego se arriesgó:
—¿Le ha pasado algo a la señora Walker?
John lo miró fijamente durante un largo rato, con los ojos centellea