Solo quedaban dos meses para que terminara el contrato.
Cada día, las palabras de John resonaban en la mente de Elizabeth como una sentencia:
«Dentro de tres años, quiero que te vayas de esta casa».
Sabía que tenía que tomar una decisión. No podía soportar la humillación de ser expulsada, y mucho menos el desprecio en los ojos de John.
Después de misa esa mañana, no regresó inmediatamente a casa. Se quedó en la iglesia un buen rato, rezando.
Sabía, con fe silenciosa, que de alguna manera sus súplicas llegaban al cielo y que Dios le respondería, pero aún no tenía clara la respuesta.
Y para comprenderlo con claridad, tendría que alejarse… alejarse de John e irse de esa casa.
Cuando terminó de rezar, se sintió más resuelta y tomó su decisión.
James la esperaba en el coche cuando la vio y le abrió la puerta.
Pero en lugar de subir, Elizabeth lo miró con ojos suplicantes.
—¿Puedo usar tu celular? Dejé el mío en casa. —No era mentira, Elizabeth no había llevado su celular a misa.
James, sie