-Enzo Di Rossi -
Como casi todos los días de este último mes hay un maldito problema en el museo. Esta vez tengo que ir al aeropuerto a rescatar unas obras que estaban detenidas en aduana, pues los incompetentes de mis empleados hicieron mal el papeleo de ingreso al país.
- ¡Dios! Odio venir al aeropuerto.
- Perdón jefe, no sé dónde tiene la cabeza nuestra Nefertari este último tiempo.- sí, otra vez Gibson mete la pata...
- Pero eso también lo debías verificar tú, eres mi mano derecha hombre, dónde tienes metida la cabeza y no me digas entre las piernas de esa pasante porque ya te tengo dicho que no puedes...
- No puedo meterme con las pasantes, si lo sé jefecito y no, no lo he hecho, aunque ganas no me faltan.
- Leo...-gruño entre dientes, les he dicho a mis empleados que las relaciones en el trabajo están estrictamente prohibidas, esa ha sido la mejor forma de sacarme de encima a Gibson, es una excelente curadora, pero desde que la conozco es un verdadero incordio con respecto a andar tras de mí. No sé en cuántos idiomas se lo he dicho, pero no entiende.
- ¿En qué piensa jefecito?
- En nada, vamos de una vez al aeropuerto, es necesario tener esas piezas antes de la gala.
- Entendido.
Gio nos espera en el auto y una vez dentro nos sumergimos en el tráfico de Nueva York rumbo al Aeropuerto Internacional John F. Kennedy y como me imaginé la travesía duró más de una hora ¿A quién se le ocurre salir en hora pico? Pues a este imbécil y su asistente. Llegamos al aeropuerto y nos dirigimos al departamento de aduanas. Después de una hora discutiendo con el encargado y mostrarle los papeles que autenticaban la compra de dichas obras terminamos, aunque debí pagar una multa por el maldito error de Gibson. Una vez que soluciono el problema, firmo los documentos, Leo se preocupa de dirigir a los funcionarios a mi camioneta para colocar las obras y yo me quedo de una pieza al verla caminando por la salida Vip del aeropuerto...
Está tan hermosa, va vestida de forma simple, como siempre, mi fatina lleva unos jeans negros de pata ancha, una polera de pabilos, una abrigadora chamarra de mezclilla y sus inseparables zapatillas Converse. Aunque su cabello ya no era castaño como cuando la conocí, debo reconocer que el rojo le queda fenomenal y con su cara deslavada parece un bello angelito.
¿Será que me acerco a ella para saludarla? No... mejor que no, quiero que cuando me vea sea una verdadera sorpresa.
La admiro por unos momentos más, antes de irme a seguir con mis labores. En eso noto que está complicada tomando sus cosas y está a punto de caerse. No lo medito y sólo corro a su rescate, en menos de dos segundos me encuentro tomando su delicado cuerpo entre mis brazos y salvándola de la caída.
-¡Dios! Llegué al paraíso antes de ver a mi familia. -me dice mirándome fijamente a los ojos y algo me dice que no me ha reconocido.
-Es una buena forma de decirlo, pero no soy ni dios y tampoco has llegado al paraíso.- respondo, es que me ha sacado una carcajada, por lo que me acaba de decir.
-No me digas que lo dije en voz alta.
-Fuerte y claro Principessa. -le respondo y ahora me estoy aguantando la risa. Su mirada vuelve a conectar con la mía y siento que el tiempo se detiene a nuestro alrededor.
-Hola...
-Hola...
-¿Puedo saber el nombre de mi salvador?
-Es un gusto volverte a ver Alma, soy...-como puede se suelta de mi agarre y cuando estoy a punto de revelarle quién soy aparece una chica junto a nosotros, al parecer es su asistente.
-¡Alma! ¿Estás bien? - creo que fue suficiente por hoy, no debo de exponerme aún, por suerte llegó esta chica y me salvó. De la misma forma en que llegué me dirigí a las escaleras mecánicas antes que ella se volteara para seguir la conversación, pero la escucho gritarme.
- ¡Oye desconocido! Tu nombre.
-Ya lo sabrás Principessa- me limito a responder, mientras me río. Me ha gustado dejarla en la duda, le doy una última mirada y la veo sonrojada, se ve tan tierna.
-No es justo, tú sabes el mío. -Jajaja y hasta patalea porque no consiguió mi nombre, debo decir que me ha encantado provocar esta impresión en ella y ahora ansío más que antes nuestro reencuentro.
Me río como un mocoso que ha hecho una travesura y sigo mi camino «ya lo sabrás mi pequeña fatina y de todo corazón espero que me recuerdes»
- ¿Y esa cara jefe?- me pregunta Leo cuando llego al estacionamiento.
- Ah, -suspiro -nada Leo, sólo que desde hoy me encanta venir al aeropuerto.
- ¿Quién lo entiende?
-Ni yo mismo mi amigo, ni yo mismo. Bueno, vámonos que tenemos trabajo pendiente y quiero terminar temprano. Mañana quedé de ver a mi abuelo y el señor Soré no espera a nadie.
- Uff jefecito, será un día complejo entonces.
-Por él, soy capaz de dejar todo, mi amigo. -veo a Gio que me está mirando por el espejo retrovisor y el viejo ese solo sonríe, él es el único, además de Agustín Soré que conocen mi vida y sabe que por ambos soy capaz de hacer muchas cosas.
Llego a casa, cerca de medianoche, estoy muerto y siento que mi cuerpo está a punto de desfallecer, es ahí que recuerdo que no he comido ni m****a hoy, así que voy a mi cocina para ver que me dejó Gloria, mi ama de llaves, cocinera, psicóloga y autoproclamada salvadora.
En eso siento entre mis pies a la peludita que me acompaña desde hace un año.
-Ciao Luna ¿come stai? (Hola luna ¿Cómo estás?)
-Prrr -la muy bandida me ronronea, mientras se sube a la mesada, creen que me hace cariños por amor, nope están absolutamente equivocadas, la muy manipuladora me busca sólo cuando tiene hambre o cuando quiere irse a dormir.
-Está bien, veamos que nos dejó Gloria.
Reviso mi nevera y saco la pasta con salsa blanca y pollo que dejó para mí, la coloco en el microondas y aprovecho de sacar la comida de la 'bestia" la sirvo en su plato y cuando suena el ding saco mi comida.
Coloco las cosas en la mesada y nos disponemos a comer con mi compañera, pero el vibrar de mi teléfono me deja con el tenedor a medio camino, veo la pantalla y contesto.
-Abuelo...
-¿Cómo estás hijo?
-Bien, bien...
-¿No me digas que recién estas comiendo Valente? -cómo me conoce este viejo.
-Entonces mejor no preguntes. -coloco la pasta en mi boca y como siempre, sabe a gloria.
-Gloria me dijo que no estas comiendo bien.
-Dile a esa mujer que se preocupe de su propia vida y deje la mía tranquila.
-Hijo...
-Abuelo, hoy la vi.
-Puta madre, por eso mismo te llamaba.
-¡Dios! ayer fue Val y ahora tu abuelo. Te digo lo mismo que le dije a Val, no tengo la culpa de su regreso, aunque me gustaría que fuera por eso que está aquí.
- No era por eso, Valente. Sabes que te amo como a un hijo más y sé por todo lo que has pasado, pero también me preocupa mi nieta.
- Lo tengo claro, abuelo. ¿Sabes lo más divertido de nuestro encuentro?
- ¿Qué cosa?
- Que no me reconoció.
- Hijo... eso es entendible, Alma te dejó de ver cuando aún eran unos chiquillos.
- Igual no me gustó la sensación, pero apareció una distinta.
- ¿Cómo es eso?
- Pensó que había ido al paraíso.
- Jajaja, esta niña.
- Está tan linda, abuelo.
- Veo que aún sigues enamorado de ella.
- No sabes cuánto.
- Valente...
- Lo sé, lo sé, puede que ella no sienta ni la décima parte de lo que sienta yo, pero quién no cruza el río...
- Tú sabes que te deseo lo mejor, pero no quiero que sufras.
- Lo sé y te amo viejito.
- Almorzarás mañana conmigo.
- Tienes todo de mí para mañana.
- Está bien, mejor conversemos mañana, ahora disfruta de tu cena.
- Que descanses, abuelo.
- Tu también, hijo.
Corto la llamada y continúo disfrutando mi cena, mientras la bestia me roba un trozo de pollo y se escapa antes de la reprimenda.
- ¡Luna, vieni qui bestia del male! (¡Luna, ven aquí bestia del mal!)
La muy pilluela desaparece en el pasillo con su premio y de verdad que la veo reírse de mí.
Termino mi cena, dejo las cosas en el lavavajillas y me dispongo a ir a mi habitación, aprovecho de ducharme y luego me acuesto, la bestia llega a mi lado y se acurruca en la cabecera, colocando su patita en
mi frente.
-Dulces sueños progenie del male, que yo soñaré con mi fatina.