El aroma a café recién molido se mezclaba con la salinidad del aire marino. Alexander ocupaba una mesa en la terraza, los ojos ocultos tras gafas de sol, mientras observaba a Larsen acercarse entre la multitud. El agente inglés vestía de civil—camisa blanca, pantalones beige—pero su postura rígida delataba años de entrenamiento.
—No pensé que vendrías —dijo Larsen al sentarse, sin saludar.
—Curiosidad malsana —Alexander removió el azúcar en su taza—. ¿Europol ahora contrata delincuentes?
—Consultores
—Me refería a ti, pero acabas de responder mi segunda pregunta
—Tengo un trabajo para ti—corrigió Larsen, deslizando una carpeta sobre la mesa—. Greco robó cinco piezas del Louvre hace tres meses. Las usa para lavar dinero a través de subastas falsas.
Alexander abrió la carpeta: fotos de las obras, informes de inteligencia.
—¿Y por qué no las recuperan ustedes?
—Porque Greco solo negocia con expertos independientes. Tú tienes...., reputación.
—¿Y las cosas entre nosotros? —A