La lluvia azotaba las ventanas de la casa segura, transformando el mundo exterior en un lienzo borroso de sombras y reflejos. Daniela apretaba el teléfono en su mano, el mensaje de Larsen aún brillando en la pantalla como una herida abierta.
—No puedo quedarme aquí —dijo de pronto, alzando la voz sobre el estruendo de la tormenta—. Tengo que ir con mis padres. Si Larsen es capaz de esto, ¿qué no hará con ellos?
Alexander, que revisaba las cámaras de seguridad en la computadora, se volvió hacia ella con expresión impasible.
—No es seguro que salgas ahora. Dimitri tiene gente vigilando a tus padres.
—¿Gente? ¿Qué gente? —Daniela soltó una risa amarga—. ¿Más criminales como tú? No, Alexander. Esto ya pasó los límites.
—¿Y qué piensas? ¿Qué por estar tú ahí no les pasará nada?
—Voy a entregarme. A cambio de que no les pase nada a ellos. No diré nada de ti, ni de Dimitri, lo juro.
Se dirigió hacia la puerta, pero él se interpuso, agarrándola del brazo con firmeza.
—¿Estás l