El motor del avión vibraba con suavidad, como si respetara el silencio que reinaba dentro de la cabina. Isabella se acurrucaba en el asiento de cuero junto a la ventana, envuelta en una manta, con los ojos medio cerrados. A su lado, Alex la observaba. Como si, en cualquier momento, pudiera desvanecerse de nuevo.
—¿Quieres algo más caliente? —preguntó él en voz baja.
—No. Solo… esto está bien.
Él no insistió. Le acarició la mano con los dedos, en un gesto casi involuntario.
—Pensé que no iba a volver a verte —murmuró.
—Yo también.
—Y cuando te vi… ahí… conectada a ese monstruo de cables…
Ella giró lentamente la cabeza hacia él.
—¿Sabes lo que pensé cuando abrí los ojos?
—¿Qué?
—Que me iba a morir con su voz en mi cabeza. Que nunca más iba a escuchar la tuya.
Él bajó la mirada.
—Lo siento, Isa.
—¿Por qué?
—Porque debí quedarme. No debí dejarte sola ni un segundo.
—Alex…
—¡No! Yo debía estar ahí. Si no fuera por ese collar, por ese rastreador…
—Fue tu idea —le interrumpió ella—. Fue tu f