— ¿Segura que estás bien? Realmente no tienes una buena cara.
Selena se voltea a mirar a Daniel, su expresión facial cansada y desanimada da mucho que decir sobre ella.
— Creo que tuve algo de fiebre anoche, no he podido dormir en toda la noche. — Confiesa Selena, tocándose la frente intentando averiguar su propia temperatura.
Y tampoco ayudaba el hecho de que no encontraba el amuleto que le regalaron sus padres cuando era pequeña.
Daniel se muestra preocupado ante las ojeras pronunciadas bajo los ojos de Selena, sus dedos fríos palparon sus mejillas sonrojadas debido a la fiebre, Selena se remueve un poco, notándose susto y cierto rechazo en sus acciones cuando apartó la cara de manera inconsciente.
¿Por qué había hecho eso?
— Lo siento, no quería hacerte sentir incómoda, solo me preocupaba que tvieras un resfriado.
— ¡No, no! Es mi culpa...
Ambos se sumergen en un silencio abismal muy incómodo, la presencia de Daniel hacía que el estómago de Selena siguiera haciéndose un nudo, algo dentro de su cabeza pedía a gritos salir corriendo de ahí.
Pero él era Daniel, la persona que más la había cuidado en el mundo ¿Por qué huir de él?
''¿Podría ser que lo que presencié anoche sea la razón?''
Pensándolo bien, Daniel es un Alfa. Debido a eso Selena comienza a cuestionarse si tal vez el shock de la noche anterior fue demasiado grande, ahora que ya sabe de lo que son capaces los alfas...
— Será mejor que vuelva al trabajo. — Le anuncia, soltando sus manos que hasta el momento había estado sujetando para evitar el contacto directo.
Necesitaba poner las ideas en su cabeza en orden.
Daniel no puede evitar mostrar cierta decepción, asiente mientras deja que Selena se retire. Mirándose las manos con cierta insistencia, un picor extraño sigue escociendo su nariz de manera insistente.
— Hilary, ¿Cambiaste el aroma del desinfectante? — Daniel preguntó al conserje que estuvo limpiando silenciosamente.
***
— Aquí tampoco, ¿Dónde diablos pude haberlo dejado?
Selena se sentó frente a su casillero vacío, le había sacado todas sus pertenencias en busca del amuleto y, igual que en su casa, no había nada en ningún sitio.
El amuleto rojo de su madre nunca jamás la había abandonado, desde que tiene uso de memoria siempre lo llevaba consigo oculto bajo la ropa, ¿Cómo pudo haberlo perdido tan tontamente?
Los pasos de Selena son pesados, su corazón agitado debido a la pérdida de tan valioso objeto es incluso más fuerte que su enfermedad. En ese momento solo se siente asfixiada con el cubrebocas, inhalando su propio aire caliente mientras intenta sostener la bandeja de bebidas apropiadamente.
Daniel era una buena persona, pero si dejaba caer los lujosos cocteles no dudaría en cobrarlo de su salario.
Selena se aferra a la barra, intentando mantener la compostura. El zumbido de la música y las risas del club se mezclan con un persistente mareo. La enfermera le había asegurado que era solo un resfriado, algo pasajero, pero la realidad era un malestar punzante que le nublaba los sentidos. Cada movimiento se siente como un esfuerzo titánico, y la luz parpadeante del local le lastima los ojos.
Siente la mirada de los clientes clavada en ella, un escrutinio silencioso que la hace sentir aún más vulnerable. ¿Notarán su palidez, el ligero temblor de sus manos? La vergüenza la invade al pensar en lo que deben estar pensando: una mesera enferma, poco profesional, quizás incluso contagiosa. Pero el pensamiento del alquiler impago y la nevera casi vacía la obliga a seguir adelante.
Un escalofrío le recorre la espalda, y Selena se pregunta si debería pedir un descanso. Sabía que Daniel no se lo negaría, pero todos empezarían a murmurar. Aprieta los dientes, endereza los hombros y se obliga a sonreír. La música la llama, y con un suspiro resignado, Selena se prepara para otra ronda. El espectáculo debe continuar, aunque su cuerpo le suplique lo contrario.
Selena se abre paso entre la multitud, la bandeja llena de copas tintineando peligrosamente. Su cabeza late al ritmo de la música, y cada paso es un esfuerzo. Al acercarse a una mesa, un hombre corpulento, con una mirada intensa y una sonrisa arrogante, la detiene. Un "alfa", piensa Selena, por la forma en que se pavonea y la mira de arriba abajo.
— ¿Qué hace una belleza como tú trabajando en un lugar como este?
le pregunta, su voz resonando por encima del bullicio. Selena intenta ignorarlo y seguir su camino, pero él le bloquea el paso.
— Podrías tenerlo todo. — continúa, — si tan solo supieras cómo jugar tus cartas. Un alfa como yo podría darte la vida que mereces
.
Selena siente un escalofrío recorrerle la espalda. El olor a alcohol y sudor del hombre la revuelve, y su mirada insistente la hace sentir como una presa.
— No estoy interesada, por si no te has dado cuenta soy un Beta. — responde con voz firme, intentando mantener la compostura.
Pero el hombre no se da por vencido.
— No seas tonta como los demás Betas. — insiste, acercándose más. — Piensa en las ventajas: dinero, protección, una vida de lujos que los de tu condición jamás podrían atreverse a soñar, solo debes verte linda ante mí.
Le ofrece un billete arrugado, y Selena lo rechaza con desprecio.
— ¿Esto es lo que vale usted y todo lo que posee? Es tan barato que prece insultante. Pero no te preocupes, puedes quedártelo para que pagues el taxi de regreso. — le dice, con la voz temblando de rabia y humillación. — Ahora, si me disculpa, tengo trabajo que hacer.
— Lo sabía, los de tu especie son unos descarados sinverguenzas. Solo andan por ahí pavoneándose para seducir alfas y quitarles todo su dinero.
— No sé de qué habla ¡Suélteme!
De repente, el mundo de Selena se tambalea. Una ola de náuseas la invade, y su visión se nubla, los contornos del club difuminándose en una bruma confusa. El alfa, su mano apretando su muñeca como un grillete, se acerca peligrosamente, su rostro retorcido en una mueca amenazante. Selena siente el pánico crecer en su pecho, la adrenalina luchando contra la debilidad que la consume.
La bandeja de bebidas se desliza de sus manos temblorosas, estrellándose contra el suelo con un estruendo metálico. El ruido parece lejano, como si llegara a través de una densa niebla. Selena intenta reunir fuerzas, preparándose para el golpe que sabe que está a punto de llegar. Ella intenta zafarse, lanzando un golpe débil y torpe hacia el alfa que ni siqueira le impacta. Pero su cuerpo no responde; la fuerza la abandona, y sus piernas ceden. Se desploma hacia adelante, el mundo girando a su alrededor mientras cae en la oscuridad.
***
(Horas atrás, con Loviane)
— Hoy tienes un buen semblante, ¿Fuiste de cacería anoche?
Loviane le regresa una mirada gélida a Carlos debido a su broma de mal gusto.
Sin embargo, no era del todo una mentira que se sentía renovado.
Para Loviane, lo normal por las noches era cerrar los ojos con fuerza, intentando calmar el torbellino en su interior, pero era inútil. Sus feromonas, como una marea indomable, lo arrastraban de un lado a otro, impidiéndole encontrar la paz. La necesidad de dominación, la urgencia de marcar territorio, la presión de encontrar un omega compatible, todo se mezclaba en una cacofonía de instintos primarios que lo mantenían al borde del abismo.
El cansancio lo invadía, pero el sueño se le escapaba como arena entre los dedos. Cada vez que lograba acercarse a la somnolencia, una oleada de feromonas lo despertaba de golpe, devolviéndolo a la vigilia. La frustración y la impotencia crecían en su interior, alimentando aún más el descontrol de sus feromonas.
Extrañamente, esa noche Loviane durmió profundamente, un sueño reparador que hacía mucho tiempo no experimentaba. Se despertó con una sensación de ligereza, como si un peso invisible se hubiera desvanecido. No había rastro de la inquietud que solía atormentarlo, ni de la agitación febril de sus feromonas. Se sentía tranquilo, centrado, en paz.
Loviane se mira las manos que ya no tienen el tic nervioso tan fuerte debido a las altas dosis de sedantes que suele administrarse para poder al menos cerrar los ojos durante las noches. No puede evitar preguntarse si era así como se sentía el estar descansado.
¿Qué había cambiado? ¿Por qué se sentía tan diferente? Su mirada se posó en el amuleto rojo que yacía sobre el gabinete de su escritorio. Era el mismo amuleto que había estado investigando hasta altas horas de la noche, el mismo que había dejado a su lado antes de quedarse dormido.
Un escalofrío le recorrió la espalda. ¿Podría ser posible? ¿Podría ese pequeño objeto tener algún tipo de influencia sobre él? Loviane lo tomó entre sus manos, examinándolo con atención. Era un amuleto sencillo, de un rojo intenso, con inscripciones extrañas que no lograba descifrar.
¿El dueño del amuleto tendría algo que ver con eso?
Tantas preguntas sin respuesta le hicieron soltar un suspiro de exasperación.
— ¡Lovi!
Loviane cierra rápidamente el gabinete, no tiene tiempo de seguir analizando el amuleto porque lo escondió de la mirada filosa de su hermana más joven que había entrado sin permiso.
— Melody.
— Estoy buscando al señor Bigotes, ¿Puedo buscarlo en tu oficina?
— ¿E-el señor Bigotwes está suelto...? — Carlos vaciló al hablar.
Melody rodó los ojos. — Tu asistente es muy cobarde, ¿Estás seguro que quieres mantenerlo con vida?
Loviane miró a Carlos, luego a Melody, luego a Carlos.
— ¿...Sí?
— ¡¿Por qué vacilaste?!
— ¿Por qué tendría una Boa constrictor escondida en mi oficina? — Loviane se cruzó de brazos, ignorando los quejidos de Carlos de fondo.
— Es la hora del té y no la encuentro por ningún lado. El señor Bigotes es muy exigente, tuvimos algunas diferencias la última vez.
Loviane debe soportar la vista de su hermana de nueve años revisando todo en su oficina, desde los rincones tras los sillones hasta los jarrones decorativos.
— No la perderías tan seguido si no la escondieras entre las cosas de los demás para asustarlos, por eso no tienes amigos.
— Todavía la recuerdo saliendo de mi excusado ¡Casi muero de un infarto! — Exclamó Carlos, aterrado. — ¡Si esa cosa está libre y andando yo me voy!
— Carlos desde hace dos meses Melody libera a Bigotes en tu habitación cuando te vas a dormir.
— ¡¿Que ella qué?!
— Solo es una serpiente, eres un alfa, no seas llorón.
— ¡¿Solo una serpiente esa cosa salida del inframundo?!
Melody se encoge de hombros, desinteresada.
— Las especies de baja cuna no son aptos para ser mis amigos, solamente el señor Bigotes me comprende perfectamente. — Melody se agacha bajo el escritorio de Loviane, incluso levanta sus papeles encima. — Ah, por cierto. El hermano Kael dijo algo sobre un trabajo, quiere que vayas.
— ¿No pudiste decirme eso antes?
Melody le sonrió.
— Si el hermano Kael te mata, ¿Dejarás que el señor Bigotes se coma tus restos?
— Absolutamente no. — Responde firmemente Loviane.
— Oh, bueno... No es como si fueras a saberlo de todos modos.
Loviane frunce el ceño, ya que Carlos estaba demasiado ocupado subiéndose a un taburete intentando averiguar el paradero del señor Bigotes tuvo que bajarlo de ahí por la fuerza al tomarlo de la corbata y arrastrarlo al piso.