Capítulo 4

Elizabeth

Sin necesidad de alarma me despierto a la hora acordada faltando cuarenta minutos para las seis. Con máxima pereza que otros días y a regañadientes hago mi rutina. Espero que el trabajo no sea tan duro conmigo misma y sea fácil de llevar.

Una vez estando arreglada me encamino a bajar encontrando a algunos de los empleados sirviendo el desayuno.

—Buenos días a todos.—saludo con una gran sonrisa para tomar asiento en tanto ubican el plato.

Mis ojos captan una maravilla de desayuno decorado con poca miel. Son waffles con fresa y unas cuantas rodajas de banano dulce, se ve delicioso que con gusto corto el primer bocado sintiendo ambas mezclas en mi paladar, ácido y dulce. Perfecta combinación.

—Gracias.

La mujer pide permiso para retirarse. Le doy un sorbo al café con leche caliente, me siento como en casa cada que platicaba con Leja en el jardín.

Los extraño tanto.

—Primer día, lista.—asiento a Rafael y termino todo en menos de diez minutos.

Casualmente tardo media hora, pero hoy el tiempo lo tengo respirando en la nuca y por fortuna llegar tarde a cualquier lugar nunca será lo mío, por ende tomo mi bolso llevándome el último sorbo de café.

Está más nublado y el frío es otro elemento que hace contacto con mis hombros helándolos en menos de un segundo.

Joder, es demasiado.

—Llegaremos a tiempo. Tomará solo veinte minutos.—me informa al subir a la camioneta.

No tuvimos ningún percance y habíamos llegado a los minutos exactos. Respiro fuerte al ver las siglas en dorado en medio del gigante edificio.

PEID «Personal Establecido en Impuestos Distribuidos»

No tengo inconvenientes, aunque para mi gusto quedo muy formal. Sin esperar más, entro, no flaqueo, mis pasos resuenan firmes y precisos por el pasillo de mármol. Algunos de los empleados me miran con intriga y otros empiezan a susurrar, puedo notarlo por el movimiento de la boca.

Una chica delgada con gafas y varias carpetas en mano se acerca.

—Buen día, ¿Usted es..?—arquea una ceja.

Su manera de mirarme transmite envidia, si no me equivoco ya puedo pensar que me odia sin razones.

—Elizabeth, un gusto.—me presento y lo único que recibo es una seriedad más larga que con certeza le arrebato cuando termino de hablar.

—Elizabeth Sanders. Dueña y socia mayoritaria de esta empresa—aclaro con lentitud—. Es un gusto conocerte, ¿Cómo te llamas?

Su rostro al instante se vuelve pálido al escucharme decir. Sus expresiones faciales se relajan hipócritamente. Tuerce una sonrisa que para nada es sincera y tiende su mano.

—Lo lamento, por ética y seguridad de nuestros empleados me vi obligada a atenderla de esa manera. Bienvenida, soy Rocío la secretaria del señor Maxin.

No le devuelvo el saludo y solo sigo caminando sin sentido. Se queda a mi lado y su perfume no es que me agrade del todo, al contrario, me da náuseas que como puedo las retengo.

Cuento en mi cabeza.

—Su oficina está por acá. La estamos esperando.—Expresa fingiendo emoción y señala el pasillo principal.

Más angosta y privada que los otros pasillos por lo visto. Hay tres puertas mas de seguido, el lugar es ambiental y aromático. Este espacio me será relajante, también debe haber otros mejores para disfrutar y descansar.

—La segunda es la de usted, si desea cambiarse a otra parte me llama a recepción que yo con gusto la atenderé. La tercera puerta es por seguridad en dado caso a una emergencia, por ahora se guardan las cajas de todo lo que recibimos y la primera es del señor Maxin. Él en este momento la espera en sala de reuniones, en el tercer piso y puede tomar el ascensor.

—Gracias, ya te puedes ir.

Vale, por lo que veo será todo un reto. Voy al ascensor y selecciono el numero de piso. Recorro con la mirada los letreros y pinturas abstractas que me dejan fascinada.

Siempre me ha gustado el arte simple únicamente con colores.

Sala de reuniones

No toco, tampoco espero a que abran y simplemente me adentro.

—¿Un poco tarde no cree?

Cierro la puerta por completo, volteo hacia la voz gruesa que me desestabiliza por un momento.

Me quedo en mi puesto observando al hombre que tiene los tres botones de la camisa desabrochada, las manos en sus rodillas y el maldito cabello alborotado. Lo atractivo no le quita la arrogancia que se carga, lástima.

Reacciono sin sentarme aún.

—Creo que no debería pagar su rabia conmigo—soy precisa—, o en la noche no lo alimentaron lo suficiente. Corrijame si estoy equivocada.—añado sin titubear.

Pienso que esbozará una sonrisa, sin embargo su semblante no cambia y por lo tanto el mío tampoco.

—Eres mi socia y esta demás decirle que tiene un vocabulario imprudente.—suelta y muevo la cabeza de arriba a abajo.

Cruza sus brazos al levantarse lo que hace enderezarme más de lo que ya lo hago.

—Elizabeth Sanders...—pronuncio con el mejor tono—Ahora no solo serás  tú, ¿Maxin no?

Da dos pasos a mí, me repara el cuello y se aleja.

—Merezco el mismo respeto que tú en esta empresa. Una lástima que me llegaras a retar en algún momento, Cooper. Todo saldría mal.—zanjo alineando mis labios.

—Hablemos de lo que en realidad nos perjudica para avanzar.

Sugiere agarrándose la cabeza, ahora puedo darme cuenta de la sombra negra que es poco notoria en sus ojos. Este hombre no duerme.

—Los impuestos están alterados, los ciudadanos no pueden pagar por tal cantidad. Es mucha. Puedes ver las planillas, dudo que halles el error a simple vista.—explica mostrándome las hojas y el computador.

Todas las gráficas en rojo.

—Muy exagerado. Tengo entendido que el año pasado no se excedieron tanto.

Analizo cada detalle sin perder de vista los porcentajes anteriores. Su rostro preocupado contagia muy rápido. Es grave.

Repasamos los planos de pies a cabeza, todo me genera desconfianza.

—La tasa marginal era de 24, 83 %. Hace una semana subió a 27, lo que conlleva pagar trescientos euros adicionales.

Vaya cantidad que ni por el carajo puedo procesar. ¡Es demasiado dinero!

Intento otra vez con los planos, cambio de posición, vuelvo al computador revisando cada punto y coma, no hay nada que nos diga que nos estan robando. El dia se nos escapa en un abrir y cerrar de ojos ajustando números sin darnos la cuenta exacta.

 

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