Capítulo 3

Maxin

La jornada laboral el día de hoy no resulto para un carajo, en vez de buscar soluciones me desespero sin encontrar algún resultado. La secretaria que tengo es inservible y el que vaya y venga de un lado para otro me estresa el doble.

Tengo entendido que mañana llega mi socia, debe tener muy buenos argumentos para tomar la libre decisión de no asistir hoy. Como si estuvieramos para perder el tiempo.

Rafael su conductor me envió un mensaje resumido en excusas. Me interesa una m****a si esta cansada, quiero hechos y no estoy para niñerias.

Odio la puta impuntualidad y aspiro que en este punto sea firme.

El Valet parking me entrega las llaves del Bugatti. No tardo en conducir perdiéndome entre las avenidas de Paris. La velocidad pasa a rojo y no lo considero importante, en tanto paso unos cuantos semáforos  llegando a Montaigne.

Las llaves se las entrego a uno de los de servicio e ingreso a la casa.

—¿Dónde están?

Giro para la sala de estar y no los veo.

Me dirijo a la biblioteca principal, no tardo mucho en encontrarlos. Los dos están en la mesa revisando no sé que, es de cierto interés que pasa desapercibido al yo llegar.

Rogelio, mi padre se pone de pie en un tiro dejando los papeles a un lado reparándome con molestia. Otro sermón.

—Ahora, ¿qué carajos sucede?—pregunto yendo al compás de mi respiración.

—A veces querido hijo, tus preguntas son estúpidas—estalla las palabras golpeando la mesa—. Tu prometida siempre viene con las mismas quejas de ti.

Claro, otra vez Rebecca de víctima.

Suelto un suspiro y me recuesto en el mueble viendo como mi madre intenta calmarlo. Ha estado mal del corazón y si a él no le interesa cuidarse a mí no me debe importar. Se puede ir en este momento si es lo que quiere.

—Maxin ya entiende que tiene que casarse lo antes posible con Rebecca.

Asiento.

—No es necesario que me lo recuerdes-me sujeto la cabeza—. Deberían interesarse por preguntar como van las cosas en la empresa, ese es el único inconveniente que debo resolver ahora.

Mi madre baja la cabeza al instante dandome la razón.

—Es lo que tienes que hacer así que deja tus estúpideces a un lado—refuta Rogelio cansado—. Prepara tu pedida de mano. Es importante que recibas las acciones de una buena vez y por supuesto dame la dicha de tener un nieto hombre.

Hace énfasis en la última palabra que me cabrea.

¿Es en serio?

—Si lo que quieres es un maldito nieto ve y pídeselo a Tanger. Nada te lo impide, entonces no veo el problema.

Mama niega agrandando los ojos cuando Rogelio esta dispuesto a venir a mi y no se le es posible porque ella interviene tomandolo con fuerza del brazo.

—Basta ya. No se sigan provocando—me mira con súplica—. Te casarás, ve a hablar con Rebecca está arriba en la habitación. Nosotros nos iremos a descansar.—dice con suavidad.

Subo hallándola, es otra loca mas que no se dará por vencida. Desde el rabillo de la puerta la miro tirada en la cama revisando el celular. No hace mas que permanecer ahí. Se incorpora cuando entro, intenta besarme y termina en mi mejilla.

Acoplandose a mi indiferencia solo acaricia mi mejilla.

—¿Qué tal te fue?

Sin un atisbo de interés, no me molesto en responder.

—¿Unos masajes?—insiste—eso te puede relajar un poco.—la detengo al ver que quiere poner sus manos en mis hombros.

Voy al baño cerrando de un portazo. Su simple tacto me causa repugnancia.

Lavo mi cabello de manera lenta pasando jabón por mi cuerpo. Inhalo tratando de no  cavar mi propia tumba. El humo frío sale por mi boca, paso la esponja por mis pectorales quedando frente a la ducha.

—Maxin, ¿ya saldrás?

No contesto y cierro la llave. Envuelvo una toalla en mi cintura y salgo contemplándola en la cabecera de la cama con bragas y las tetas expuestas.

—Tápate, no quiero nada contigo.

Le arrojo una cobija.

—Soy tu esposa Maxin.

Vuelve a tocarme y la aparto con cuidado a lo que arranca a llorar.

«Por todo llora últimamente» me recuerdo.

—Somos parejas porque a mi padre le conviene y a ti también. Mantén tus manos fuera de mí hasta que se logre lo acordado, si llegas a hacer lo contrario te aniquilo—advierto.—Puedes perder más que yo.

—Haré como que no oí nada de lo que acabas de decir-se aparta fingiendo tristeza—. No quiero pelear, vamos a descansar.

Se cubre yendo al armario.

No creo poder soportar vivir bajo el mismo techo que esta mujer.

Las discusiones son por momentos cortos, así que me aplasto en el lado derecho de la cama y ella al lado izquierdo. El silencio por suerte dura hasta la hora que suelo despertarne todos los días y en las noches tengo que intentar no pensar en el maldito contrato que no puedo romper.

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Gracias por leer, belleza.

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