Maxin
—Ingresa de una maldita vez.—le ordené a Rocío. Han sido días en los cuales ha estado extraña, más nerviosa que otras veces, esa voz chillona ya no está. Un milagro el dichoso cambio drástico, ya me hastiaba en cada reunión.
—¿Eh?, señor...—Tartamudea sin entender.
Una actitud con un simple y distinguido motivo. La visualizo a cualquier hora. Ella toma asiento en frente de mi escritorio, cruza la pierna y juega con la punta del bolígrafo en su mano.
Hay un presentimiento que no desaparece, no desiste en largarse de mi cabeza, en cambio, me recuerda aquella investigación de Rafael.
Junto mis manos siendo lo más sensato posible al variar las palabras—Escucha la información que te daré, necesito tu concentración—mueve la cabeza—. Todas las carpetas, archivos, manuales que recibía Elizabeth entregamelas. Que no quede nada de ella en esta empresa y no te atrevas a rumorearlo, no te lo aconsejo.—amenazo. Aclaro mi garganta en aquel espacio reducido de cuatro paredes—Tu próximo traba