Una Bofetada Pública

—Vamos, Monique —insistió Amy, tirando de su brazo para llevarla hacia la pista de baile, donde sus amigas se movían al ritmo vibrante de la música. Aunque al principio habían acordado salir a bailar, de algún modo habían terminado de nuevo en la mesa. Sin embargo, al ver a las demás disfrutando a lo grande, Amy no pudo resistirse e invitó a Monique a unirse. Era evidente que sus amigas estaban pasando una noche fantástica… algo que ella no estaba haciendo del todo.

—Disfruta el momento, Monique. Baila como si no hubiera un mañana —la animó Amy con una sonrisa, marcando el compás de la música mientras avanzaban hacia la pista. Algunas de sus amigas ya estaban allí, bailando con euforia. Varias tenían las mejillas encendidas, señal clara de que habían bebido más de la cuenta. Monique, en cambio, evitaba hacerlo: esa noche le había tocado ser la conductora designada.

Era una costumbre entre ellas; cada vez que salían de fiesta, una o dos se abstenían de beber o lo hacían con moderación, para asegurarse de que siempre hubiera alguien sobrio que las llevara de regreso a casa con seguridad. Era una regla no escrita, pero esencial para evitar accidentes.

Aun así, Monique no era de las que arruinaban la diversión. Se dejó llevar por la música, moviéndose con energía y uniéndose a los vítores del público en la pista. Tenía que admitir que lo estaba pasando bien; hacía tiempo que no salía a divertirse con sus amigas.

Bailaban en perfecta sintonía con el ritmo animado, contagiadas por la alegría del ambiente. Monique se sentía realmente feliz.

Pero su diversión se vio bruscamente interrumpida cuando sintió que alguien la empujaba por detrás. Al principio pensó que era un accidente, la pista estaba bastante llena, y estuvo a punto de ignorarlo. Sin embargo, un segundo después sintió una mano rozarle el muslo.

—¡¿Qué demonios?! —exclamó Monique, girándose de inmediato para enfrentar al responsable. Abrió los ojos con incredulidad al verlo.

Frente a ella estaba un hombre con la cara enrojecida y los ojos inyectados en sangre, claramente ebrio. Aun en ese estado, no tenía ningún derecho a tocarla de esa manera. Él le dedicó una sonrisa torpe, completamente ajeno al respeto que acababa de violar.

—¡Idiota! —le espetó Monique entre dientes, llena de rabia. Levantó la mano, dispuesta a darle una bofetada sonora por su atrevimiento. Ni siquiera Joshua había osado sobrepasar esos límites con ella, y aquel desconocido había tenido la desfachatez de hacerlo.

El golpe resonó con fuerza. A su alrededor, la música pareció apagarse por un instante; los bailarines se quedaron inmóviles, sorprendidos. Incluso sus amigas detuvieron el movimiento y centraron su atención en la escena. De pronto, todos los ojos estaban puestos en ellos.

El hombre al que había abofeteado la miró con furia, evidentemente molesto por lo que acababa de pasar. Monique no se acobardó; la ira seguía ardiendo en su interior. Golpearlo había sido su manera directa de ponerle un alto.

Él se llevó la mano a la mejilla, que ardía por la bofetada. —¡Maldita sea! —rugió con rabia, alzando su mano, dispuesto a devolver el golpe.

Los ojos de Monique se llenaron de lágrimas, y los cerró con fuerza, preparándose para el impacto. Contuvo la respiración, esperando el golpe que parecía inevitable.

Pero este nunca llegó. Pasaron unos segundos de silencio, y entonces se atrevió a abrir los ojos.

El hombre seguía con la mano levantada, pero no se movía. Otra mano, fuerte y firme, sostenía su muñeca en el aire, impidiéndole golpearla. Monique bajó la mirada y notó el brazo musculoso, las venas marcadas, la tensión contenida.

—¿Eres marica o qué? —resonó una voz grave junto a ella.

Monique ahogó un jadeo y giró la cabeza hacia el hablante. Allí estaba Jacob, el hermano de Joshua. Era su mano la que había detenido el golpe. Su expresión, sin embargo, permanecía completamente impasible.

—¿Gay, eh? —se burló el hombre con arrogancia, sin perder su actitud desafiante—. A ver quién es el gay aquí —añadió con una sonrisa burlona, alzando de nuevo la mano para golpear a Jacob.

Sin embargo, Jacob reaccionó con rapidez: bloqueó el golpe con su otra mano y le torció la muñeca con firmeza.

El hombre soltó un gemido de dolor e intentó zafarse, pero Jacob no cedió ni un milímetro. Monique lo observaba atónita, como si estuviera presenciando una demostración de artes marciales. El tipo forcejeaba inútilmente; no tenía forma de liberarse del agarre implacable de Jacob.

En ese momento, un hombre y un par de guardias de seguridad del bar se acercaron a toda prisa. Al parecer, habían notado el alboroto en la pista de baile y acudieron a intervenir. —¿Qué está pasando aquí? —preguntó uno de ellos, mirando a Jacob y al hombre con gesto severo, esperando una explicación.

Monique respiró hondo, tratando de recuperar la compostura después del altercado.

—Ese tipo me faltó al respeto y casi me hace daño —respondió, dando un paso al frente para explicar la situación.

Jacob desvió la mirada hacia el hombre alto que estaba junto a él. —Asegúrate de que quede vetado, Dustin. No quiero volver a ver a este imbécil por aquí —dijo entre dientes, la mandíbula tensa.

—Entendido, amigo —respondió Dustin, dejando claro que conocía a Jacob.

Dustin hizo una señal a los guardias, ordenándoles que se llevaran al sujeto fuera del local. —Sí, señor —respondieron los dos al unísono antes de sujetar al hombre para escoltarlo hacia la salida.

—¡Esto no ha terminado! ¡Te vas a arrepentir! —vociferó el ebrio mientras lo sacaban, sus gritos resonando incluso cuando ya se lo llevaban.

Jacob ignoró por completo las amenazas vacías y dirigió su atención hacia Monique. —¿Estás bien? —preguntó, con el ceño aún fruncido pero con una clara preocupación en la mirada.

Ella asintió. —S-sí… g-gracias por salvarme —balbuceó. Estaba realmente agradecida de que él hubiera intervenido; de no ser por eso, las cosas podrían haber terminado muy mal.

Jacob soltó un largo suspiro, y la preocupación en sus ojos se disipó, reemplazada por su habitual expresión impasible. Monique no pudo evitar notar lo rápido que cambiaba su semblante: un momento mostraba genuina preocupación, y al siguiente, volvía a esa calma fría y controlada.

—La próxima vez, bebe con moderación y evita las zonas más concurridas de la pista. Hay muchos idiotas por aquí —le aconsejó con tono serio. Monique comprendió que sus palabras no iban solo dirigidas a ella, sino también a Amy, que seguía a su lado, observando la escena con atención.

Monique mordió suavemente su labio inferior, a punto de responder, pero Jacob ya se había girado. Sin decir nada más, se alejó con pasos firmes hasta desaparecer entre la multitud.

Ella siguió su figura con la mirada hasta perderlo de vista.

Unos segundos después, la voz preocupada de Amy la devolvió a la realidad. —¿Estás bien, Monique? —preguntó, mientras todas sus amigas la observaban con expectación.

—Estoy bien —aseguró ella con una leve sonrisa.

Amy soltó un suspiro de alivio, y juntas decidieron que era momento de marcharse del lugar.

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