Monique se despertó de repente, sintiendo como si alguien tirara de su manta.
—Mamá, despierta. ¿Qué hora es? —oyó la dulce voz a su lado. Abrió los ojos y vio a su hija de cuatro años, Maxine, inclinada sobre ella, sujetando la manta que la cubría.
Monique se frotó los ojos. —¿Qué hora es, bebé? —preguntó a su hija, notando que Maxine miraba el reloj despertador sobre la mesita de noche.
Una sonrisa secreta se dibujó en los labios de Monique al ver cómo los labios de Maxine se movían mientras leía los números del reloj. Un brillo de felicidad iluminó los ojos de Maxine cuando volvió a mirar a su madre.
—Son las seis y media de la mañana, mamá —respondió Maxine alegremente.
Monique desvió la mirada al reloj para comprobar la hora que su hija le había dicho. —¿Estás segura, bebé? —inquirió.
—Sí —contestó Maxine mientras Monique volvía a mirarla—. ¡Yeheey! —exclamó con alegría, saltando sobre la cama. Su rostro reflejaba felicidad al darse cuenta de que la hora que había dicho era corre