Claire: No pegué un ojo en toda la noche.
El monitor cardíaco marcaba un ritmo estable, y aun así cada pocos minutos giraba la cabeza para asegurarme de que Alice seguía respirando tranquila. Nunca la había visto así: tan pequeña, tan frágil, tan rota… y al mismo tiempo aferrada a su vientre como si fuera lo único que la mantenía viva.
La habitación estaba en penumbra, iluminada apenas por la luz azul del pasillo. El silencio me pesaba, pero más me pesaba la verdad: mi amiga estaba destrozándose sola, por orgullo… y yo no podía cargarla para que reaccionara. Tenía que hacerlo ella.
Su teléfono sonó varias veces en la tarde. Nunca lo atendió. Luego se apagó.
Cuando eran casi las diez de la noche, mi celular vibró. Era David.
—Claire, ¿está Alice contigo? —sonaba preocupado, y con razón.
—Sí, tranquilo —le dije lo más calmada posible—. Se quedará en mi casa hoy.
—¿Está bien?
Mentí.
—Sí, está cansada. Su teléfono seguro se descargó. Ya está dormida.
Colgó más tranquilo, pero yo sentí una