Leonardo tambaleó ligeramente mientras Andrés lo sostenía por el brazo, ayudándolo a salir del club. Sus pasos eran pesados, y su cabeza le daba vueltas por el exceso de alcohol.
—Vamos, yo te llevo. —No es bueno que manejes así, amigo —dijo Andrés, sujetándolo con firmeza.
Leonardo soltó una risa seca y se apoyó en él.
—Está bien… llévame.
Andrés abrió la puerta del auto y ayudó a su amigo a acomodarse en el asiento del copiloto. Apenas se recostó contra la ventana, Leonardo cerró los ojos y se quedó dormido casi al instante.
Andrés suspiró, lo miró de reojo y negó con la cabeza. Sabía que algo grave lo había llevado a beber de esa manera. Arrancó el auto y condujo en silencio hacia el edificio donde vivía Leonardo.
Mientras tanto, en el apartamento, Isabella caminaba de un lado a otro en la sala. Su respiración era agitada, su corazón latía con fuerza.
Miró el reloj en la pared. Las horas pasaban y Leonardo seguía sin dar señales de vida.
Había intentado llamarlo varias veces, pero