Entré en la habitación despacio, intentando no hacer ruido, pero en cuanto la puerta se cerró detrás de mí, los ojos de mi padre se volvieron hacia mí. Estaba pálido, con esos cables del monitor pegados al pecho, el suero en el brazo… pero aun así sonrió. Una sonrisa débil, pero que me hizo respirar un poco mejor.
—Por fin apareció mi niña… —dijo, con la voz ronca, pero aún con ese tono burlón de siempre.
—No hables así, papá… me asusté muchísimo —dije, caminando hasta su lado y acercando la silla—. Pensé que te iba a perder…
Él movió la cabeza despacio.
—Quien va a sacarm