Me ardía la garganta de tanto tiempo sin hablar, pero solté las palabras entre dientes, llena de rabia.
— ¿De verdad crees que un “lo siento” arregla algo, Enrique? Secuestrarme… traerme a este agujero… has perdido completamente la cabeza.
Desvió la mirada un segundo y aproveché para observarle mejor. Incluso con la camisa puesta se notaba el bulto de un vendaje en el pecho, y no solo eso. Hablaba y se movía con dificultad, como si cada paso fuese un suplicio.
— No tenía otra opción — murmuró —. Las cosas se fueron de las manos.
— Se fueron de las manos porque quisiste — repliqué, clavando mis ojos en él —. No vengas ahora haciéndote la víctima.
Me miró con un odio tan frío que casi cortaba, y su voz salió baja, llena de desprecio.
— Eres idiota, Alice. — dijo —. ¿De verdad pensaste que no iba a darme cuenta de que te juntaste con el hombre que mató a Mádila?
Mi cuerpo se tensó. No quería que sus palabras me calaran, no quería darles espacio, pero aun así las escuché como si me las es