Alice entonces volvió a mi lado y me cogió la mano, apretándola con fuerza.
— Todo va a salir bien — susurró, como si fuera una promesa.
Fue entonces cuando me di cuenta de las miradas curiosas dirigidas hacia nosotros. Varios niños nos observaban, unos escondidos detrás de otros, otros con los ojos como platos, como si esperaran que pasara algo. Suspiré y, en un impulso, dije:
— Oye, ¿quién se apunta a un día de pizza hoy?
Se miraron entre ellos, tímidos, sin saber si iba en serio. Alice sonrió y añadió:
— Este grandullón acaba de comprar el colegio. ¡Y para celebrarlo, se va a gastar una pasta en una noche de pizza para todos! Vamos, ¿no estáis contentos?
Las primeras reacciones fueron discretas, pero pronto algunas voces empezaron a gritar, y en segundos se armó un revuelo de emoción. Los niños saltaban, sonreían, daban palmas.
Miré a Alice. Ella irradiaba luz al verlo, la manera de hablar con ellos, la paciencia, el cariño... Un pensamiento me golpeó con fuerza: ¿de verdad estará