(Diogo)
No podía respirar.
Todo mi cuerpo se congeló en el instante en que aquel niño levantó la mirada hacia mí y escuché mi propia voz escaparse de mis labios.
—¿…Lucas?
Era él. Mi hijo. ¿Qué demonios hacía allí?
Mi mente daba vueltas, fuera de control. Yo pagaba a esos dos desgraciados para que Lucas tuviera las mejores condiciones posibles. Un colegio de primera, acompañamiento, comodidad… todo lo que yo no podía darle estando lejos. Y aun así… estaba allí. Delgado, con la ropa rota, con la mirada cansada de un niño que ya había visto demasiado dolor.
Sentí el estómago darse la vuelta y un sabor amargo subirme a la garganta.
Alice se dio cuenta. Lo vi en sus ojos cuando se giró rápido hacia él, intentando disimular mi reacción.
—Este hombre compró el colegio —dijo, con una calma que yo jamás podría fingir en ese momento—. Estaba revisando los expedientes de los alumnos.
Lucas pareció entender, como si aquello explicara mi mirada paralizada. Hizo ademán de marcharse, pero Alice lo