Mis brazos todavía temblaban cuando, con la ayuda de tres hombres, conseguimos sacar el maldito pedazo de hormigón de encima de la pierna de Valter. Su grito me desgarró por dentro, pero no había tiempo para compasión. Lo agarré por los hombros y lo ayudé a incorporarse como pude.
— Joder, Diogo… mi pierna… — jadeaba, con el rostro pálido del dolor.
Miré hacia abajo y se me revolvió el estómago. Su pierna izquierda estaba destrozada, el hueso casi asomando por la piel.
— Aguanta, Valter — dije en voz baja, intentando mantener la calma. — Vas a salir de esta.
Un coche derrapó, parando cerca. Sin pensarlo dos veces, lo arrastré hasta allí. Abrí la puerta trasera y, con ayuda de los otros, lo metimos dentro.
— Dos de vosotros vais con él — ordené con tono firme. — Llevadlo directo al hospital. No lo dejéis solo ni un segundo.
— Sí, señor — asintieron, subiendo al coche.
Valter me sujetó del brazo antes de que cerrara la puerta. Tenía los ojos llenos de dolor y preocupación.
— No… no haga