— No… no puede ser — murmuré, sintiendo la boca seca.
— ¿Cuál de ellos? — pregunté, apenas me salía la voz.
Enrique me miró y una sonrisa burlona se dibujó en sus labios.
— El del esmoquin azul oscuro.
Volví a mirar… y las piernas casi se me doblaron. Había dos hombres con esmoquin azul oscuro. Uno de ellos era Diogo.
— No… no… — balbuceé, negando con la cabeza.
Enrique ladeó la cabeza, aún sonriendo, y dijo:
— El de pelo corto.
Y, como si lo hubiera planeado, justo en ese momento, Diogo se giró hacia nosotros.
Sus ojos se encontraron con los míos y, enseguida, notó a Enrique a mi lado. Vi cómo los suyos se agrandaban, entre sorpresa y miedo.
Mi corazón estaba a punto de estallar.
— Sí, Alice — dijo Enrique, con la voz cargada de veneno —. Tu noviecito millonario… fue él quien sedujo y mató a Mádila, tu prima, la que cuidó de ti más que tu propia familia.
— No… — jadeé, con la voz temblorosa. — ¡Eso es mentira, Enrique! ¡No puede ser…!
— Sí puede — respondió con firmeza. — En un rato