Diogo no soltaba mi cintura ni un segundo, como si quisiera dejar claro a todo el mundo que yo estaba con él. Sentía las miradas sobre nosotros —unas curiosas, otras juzgonas—, pero la forma en que me mantenía cerca me daba una seguridad absurda.
—¿Estás bien? —se inclinó un poco, hablándome bajito mientras tomaba dos copas de champán de la bandeja de un camarero.
—Sí… solo un poco nerviosa —confesé, aceptando la copa que me ofreció.
Sonrió de lado, con esa expresión que siempre me revolvía el estómago.
—No tienes que preocuparte por nada. Solo quédate conmigo.
Asentí y di un sorbo al champán, intentando distraerme con el brillo de las luces y la música clásica suave que llenaba el ambiente. El salón era una maravilla: decorado con arreglos de flores blancas, enormes lámparas de cristal y mesas perfectamente montadas.
A cada paso, Diogo se detenía para saludar a alguien importante. Directores de empresas, políticos, incluso algunos famosos… y a todos me presentaba con orgullo.
—Ella e