(Alice)
Volvimos a la oficina riéndonos de un chiste de Julio que yo había contado. El sol ya estaba más suave, con ese ambiente de después de comer en el que todo el mundo parece ir a medio ritmo.
Llevaba en la mano mi vaso desechable con el resto del zumo que había traído del restaurante, y Bruna caminaba a mi lado hablando de un trabajo de la universidad.
Cuando estábamos casi en la puerta de la empresa, sentí… no sé… una incomodidad.
¿Sabes cuando parece que alguien te está mirando, pero no es una miradita rápida? Es esa sensación pesada, como si tuvieras un peso en la espalda.
Instintivamente, miré hacia el otro lado de la calle.
Un hombre estaba apoyado en un coche negro con los brazos cruzados. Gorra baja, gafas de sol. Podía ser cualquiera esperando a alguien… pero juro que sentí un escalofrío recorrerme la columna.
—¿Alice? —preguntó Bruna, notando que me había detenido—. ¿Estás bien?
—Sí… sí, estoy bien —respondí, pero mi voz salió más baja de lo que quería.
El tipo no se mo