Cuando llegué al ático, lo primero que hice fue llamar a seguridad.
—Quiero dos coches fijos frente a la mansión de mi madre —dije, con la voz seca, sin paciencia—. Y quiero un relevo de seis hombres dentro. Nadie entra ni sale sin ser visto.
Al otro lado, el jefe de seguridad solo respondió con un “sí, señor” y tomó nota de todo.
En cuanto colgué, marqué de nuevo el número de Valter.
—Quiero gente siguiendo a una persona, Valter. Alice. Estamos saliendo juntos. Donde ella vaya, vosotros vais detrás. Quiero dos hombres en la puerta de su casa, y si sale, la seguís. —Apreté la mandíbula—. Y no quiero que se entere de nada. Luego te explico más.
Valter guardó ese silencio breve antes de responder.
—Entendido. ¿Y si…?
—Si alguien se le acerca, me llamas enseguida —le corté—. Enrique no va a respirar ni cerca de ella.
Después de dar un par de órdenes más, dejé el móvil sobre la encimera y me apoyé en el borde, respirando hondo. La sensación de ser yo el cazado no me molestaba tanto… lo qu