Llegué a casa con el corazón acelerado y la cabeza a mil. Tiré el bolso en el sofá, me quité los zapatos en la entrada y fui directa a la cocina, donde Julio estaba cortando pan tan tranquilo, como si nada importante hubiese pasado en el mundo.
— Julio… — dije todavía medio aturdida.
— ¿Qué pasa? — levantó la vista por encima del hombro. — ¿Ha ocurrido algo?
— Sí, ha ocurrido. Una mujer muy elegante entró hoy en el restaurante, se sentó en mi mesa, me llamó y… me ofreció un trabajo.
Abrió los ojos de par en par, dejando el cuchillo sobre la encimera.
— ¿Cómo que una mujer? ¿Qué historia es esa?
— Lo que te acabo de decir. Dijo que ya me había estado observando antes, que pensaba que yo era buena persona, buena profesional, y que quería que fuera su asistente. Así, de la nada.
— Espera, espera. — Se limpió las manos con el paño de cocina y se sentó frente a mí. — ¿Y tú te lo creíste?
— ¡Claro que no! Me dio mala espina enseguida y me aparté. Pero me esperó fuera, me dijo un montón de c