Vinculación poderosa.

 

Ocho meses después:

Marlén se encontraba en una situación desesperante como nunca antes en su vida. Esta era la séptima vez que llevaba a su pequeño hijo Mateo al hospital. La rutina se había vuelto monótona: el incesante llanto del niño, seguido de exámenes exhaustivos y, para su desconcierto, no parecía haber nada mal con el bebé de tres meses de edad.

Sin embargo, Marlén, como obstetra, sabía que algo no estaba bien. Era una rareza que Mateo hubiera nacido prematuramente y en completo desarrollo a los cinco meses de gestación. Además, había una serie de cosas extrañas que le ocurrían al bebé, sin que ella tuviera respuestas claras. 

Desde su nacimiento, su temperatura siempre había sido más alta de lo normal, y en las últimas ocasiones parecía haber aumentado aún más. Mateo también emitía gruñidos y ronroneos como los de un animal, y mostraba una agilidad sorprendente para un bebé de su edad, ya que podía sentarse y gatear. Además, su forma de morder los juguetes parecía indicar que tenía molestias en las encías.

Todas estas situaciones desafiaban el razonamiento de Marlén, pero no tenía a quién acudir para obtener respuestas.

Agotado de tanto llorar, Mateo se durmió en sus brazos, gimiendo suavemente.

—No te preocupes, mi amor. Mamá buscará la manera de hacerte sentir mejor — le susurraba Marlén con dulzura mientras besaba su cabecita caliente, pero un interminable pensamiento la agobiaba y ella trataba de ignorarlo.

«Debes llevarlo al bosque, la naturaleza lo sanará». Esto se repetía una y otra vez en su cabeza, pero ella creía que era solo el producto de su desesperación.

Caminando por la carretera hacia su casa, comenzó a sentir cansancio, cuando de repente, un hombre surgió de la nada, acompañado por otros dos.

—¿Por qué te apuras tanto, bonita?

Tratando de mantener la cortesía, Marlén le respondió con un simple "Buenas tardes" y trató de continuar su camino. Pero los hombres la rodearon, cortándole el paso.

El pánico comenzó a apoderarse de ella. Buscó con la mirada a alguien que pudiera ayudarla, pero no había nadie a la vista. Uno de los hombres se acercó a ella con una expresión lasciva en su rostro.

—Te aseguro que la noche será muy buena para ti.

Aterrada, apretó a Mateo contra su pecho.

—Por favor, déjenme ir. Mi hijo está enfermo — suplicó con voz temblorosa.

Uno de los hombres se acercó para mirar al niño que ella protegía con su mantita, y al descubrir el rostro del bebé, quedó impresionado, ya que Mateo, con su piel pálida y perfecta, sus delicados rasgos y su pelo blanco, parecía más un muñeco que un niño real.

—Wow, miren, el bebé parece un muñeco de porcelana. Si no fuera porque respira, diría que esta mujer está loca.

Cuando Mateo abrió los ojos, él casi se quedó sin aliento, al ver cuán brillantes y surreales eran.

—Por este niño nos darán más de dos mil dólares en el mercado negro — aseguró a sus compañeros, sin apartar la mirada del pequeño.

Marlén retrocedió horrorizada.

—¡Eso es ilegal!

Pero a los hombres no parecía importarles. Al contrario, uno de ellos se abalanzó sobre ella para arrebatarle a Mateo y, en el proceso, le arrancó uno de los guantes que Marlén tenía. En medio del forcejeo, ella logró agarrar una de las manos del hombre. De repente, se produjo un destello de luz verde que emanó de la palma de su mano descubierta.

El hombre al que estaba agarrando comenzó a debilitarse. Su tez pasó de ser sana a pálida y sus arrugas se profundizaron. Su pelo oscuro se volvió canoso. En cuestión de segundos, pasó de ser un hombre en la plenitud de su vida a un anciano de 70 años. 

Los otros dos, abrumados por lo que estaban presenciando, retrocedieron con rostros de terror.

Marlén lo liberó y se quedó paralizada. Nunca había llevado su poder a tal extremo, nunca había consumido la vitalidad de alguien hasta tal punto.

El hombre, ahora un anciano, miraba sus manos arrugadas con incredulidad, horror y asombro.

—¿Quién demonio eres? — le preguntó uno de ellos, petrificado de miedo.

—¿Qué me has hecho? — exclamó el envejecido, cayendo al suelo, tosiendo y jadeando. —¡Seguro tienes un pacto con el diablo!

—Eres… eres un monstruo.

Ella salió corriendo, atónita, asustada e incrédula. 

—¿Por qué me siento tan perdida? Le juré a Enzo que nunca iba a dañar a nadie con mi poder y ahora acabo de romper esa promesa— murmuró sin dejar de correr mientras lloraba sin parar.

……..

Dos horas más tarde:

Angustiada y agotada, Marlén intentó calmar a su bebé, que no paraba de llorar. Había intentado de todo: lo bañó, lo alimentó, incluso le dio sus medicinas, pero nada parecía funcionar. Él lloraba y se retorcía en sus brazos, lo cual solo aumentaba su preocupación. «¿Qué le pasa a mi hijo?», se preguntaba con los ojos aguados, mientras le acariciaba suavemente la cabecita.

«Debes llevarlo al bosque. La naturaleza lo sanará» –. Esto volvió a resonar en su mente como una respuesta persistente. Sin embargo, esta vez, se dio cuenta de que no era un simple pensamiento, era como si su subconsciente tuviera voz propia.

—¿Qué me pasa? ¿Qué estoy sintiendo? ¿Por qué siento esto? No puedo dejar que la desesperación me agobie. Soy doctora. Vamos Marlén entra en razón. Eres una mujer estudiada para confiar en la voz de tu angustia— hablaba consigo misma, a la vez que se daba pequeños golpes en las mejillas para mantenerse cuerda. 

Sin embargo, unos minutos después, rendida, decidió hacerles caso a sus ideas. 

«Tal vez deba dejar de lado el razonamiento y la lógica que tanto me ha fallado», pensó mirando sus propias manos, ya que ella posee algo que desconoce.

Mientras se preparaba, su madre, Julia, la observaba con una gran preocupación.

—Hija, vas a salir. Esos maleantes podrían estar cerca —le advirtió angustiada.

Marlén asintió con tristeza y miedo, pero su desesperación por ayudar a Mateo era más fuerte, su instinto de madre le decía que debía conducirlo a ese lugar.

—Tengo miedo, pero tengo aún más miedo de que le pase algo a mi hijo — le respondió con los ojos llenos de lágrimas.

Sin esperar más respuesta, salió de la pequeña casa sosteniendo la pañalera y una manta para cubrir a Mateo. 

Sus rodillas temblaban con cada paso, y cada sombra o ruido la hacían temer que los hombres regresarían hacerles daño o, peor aún, a robarle a su hijo. Sin saber cómo o por qué, se encaminó hacia un lugar rodeado de árboles y hierbas altas.

—Esto es una locura —murmuró, mirando a su alrededor con nerviosismo. Sin embargo, una corazonada persistente la instaba a dejar al bebé en el suelo. Con manos temblorosas, se quitó los guantes y el calzado, respiró profundamente y miró a Mateo, quien dejó de llorar al estar en el suelo.

—Ahora te toca a ti, mi copito de nieve. Espero que esto no te haga daño —le dijo al bebé con un tono suave.

—Definitivamente, esto es una locura. Si alguien me ve, me tacharán de loca en lugar de llamarme bruja, como lo hace Silvana—se dijo a sí misma con una sonrisa irónica mientras desvestía a Mateo.

……

Mientras tanto, en la manada Garra de plata.

 De pie, en un claro boscoso, bañado por los últimos rayos del sol poniente, se encontraba el poderoso Alfa de alfas, Elijah Wood, con su presencia imponente, y con su musculoso y bien tonificado cuerpo brillante por el sudor que lo recorría.

—¿Dónde carajos está Lucius? ¡¿Acaso teme que le patee el trasero?! —alardeó con altanería, mirando a todos los guerreros que se hallaban observando cómo él salía victorioso con cada enfrentamiento.

Poco después, su beta emergió de entre los árboles, provocando que el alfa frenara sus pasos, ya que al ver que no llegaba, pensó en retirarse a su suntuoso palacio.

A medida que se acercaba, la mirada de Lucius reflejaba una mezcla de respeto y desafío.

—Nunca me perdería un entrenamiento con mi alfa. Algún día saldré victorioso —contraatacó con una sonrisa en los labios, y Elijah ladeó la cabeza mientras se quitaba la túnica que recientemente se había colocado. El beta, siguiendo su ejemplo, se despojó de su camiseta, revelando una figura ágil y poderosa.

—¡Eso lo dudo! 

Ambos se colocaron frente a frente, separados por unos pocos metros. Con un gesto de cabeza, el alfa dio la señal para que comenzara el combate.

Lucius se abalanzó con velocidad y agilidad, lanzando una serie de golpes precisos y rápidos. Sin embargo, Elijah demostró su dominio en el arte de la defensa, bloqueando y esquivando cada uno de los ataques con movimientos gráciles y fluidos.

El sudor goteaba por sus cuerpos, mezclándose con la tierra.

En un rápido contraataque, Elijah respondió con una combinación de golpes poderosos. Sus puños impactaron con fuerza en el cuerpo del beta, emitiendo un sonido atronador. Sin embargo, el beta no se dejó intimidar y contraatacó con una patada giratoria dirigida hacia las piernas del supremo. Con un salto, Elijah evitó caer al suelo y sus carcajadas resonaron en el lugar, junto al sonido de fanfarrias hechas por los guerreros.

—No intentes algo imposible, nunca podrás vencerme —le dijo Elijah a Lucius con una sonrisa de triunfo en los labios mientras estrechaban sus manos y empezaban a caminar por el bosque.

—¿Cómo van las investigaciones con respecto a los enemigos expulsados de los aquelarres? ¿Encontraste alguno que sea capaz de eliminar el hechizo? —le preguntó Elijah a Lucius con la esperanza de eliminar el maleficio que lo ha atormentado durante años. Aunque los brujos son sus enemigos, quería aprovechar a uno de los desterrados en su propio beneficio.

—Mi alfa, esos brujos son débiles, los poderosos son los de linaje real. Según escuché, estos fueron expulsados por haberse mezclado con otras especies, no son nada, en especial —respondió el beta con los hombros decaídos, ya que cada vez se hacía más complicado encontrar a alguien tan o más poderoso que la persona que los hechizó.

—Hasta en los aquelarres existe el nepotismo —se mofó Elijah. —El rey brujo destierra a los brujos de baja estirpe, pero a su hija mayor, Dayanara, quien se unió con un ser mediocre, de los más bajos entre los sobrenaturales, solo le pidió acabar con su engendro producto de esa unión, y pasar la página.

—Ya sabes. Después de tu trágico romance con la princesa bruja Talia, el rey brujo detesta que sus súbditos se involucren con otras especies —comentó el beta con jocosidad antes de añadir: —Las brujas que estaban encinta fueron obligadas a interrumpir sus embarazos.

—No me extrañaría que haya matado a esas abominaciones híbridas. Yo, en su lugar, haría lo mismo —contestó el alfa supremo con cierto desprecio. —No es conveniente la mezcla de razas. Eso elimina la pureza de las especies.

El beta inclinó el rostro.

—Creo que los híbridos deben ser muy poderosos, especialmente la hija de Dayanara. Aunque era hija de un ser que consideramos mediocre, no se puede negar que, si viviera, ella poseería una magia más pura que la de cualquier otro —comentó el beta, imaginando que, si esa chiquilla estuviera viva, causaría muchos desastres.

—¡Por favor!, esa era una liga abominable, un encaste ridículo— comentó Elijah con desprecio.

En ese momento, una sensación de calor recorrió el pecho de Elijah como una descarga eléctrica. Sus facciones humanas se retorcieron de dolor, a punto de transformarse en su forma de lobuna. Y la sensación de asfixia era tan intensa que parecía que algo no estaba en su lugar. Un escalofrío recorrió su espalda y un leve mareo lo invadió.

Sin previo aviso, su cabeza giró violentamente hacia arriba. Sus ojos azules eléctricos cambiaron a un azul frío como el hielo, y comenzó a tener una visión, una experiencia que parecía estar más allá de su comprensión.

En la visión, Elijah vio un bosque cubierto de sombras creadas por los majestuosos árboles.

~Atlas, ¿sabes qué fue eso? ~, le preguntó a su lobo interno.

En otro lugar, Marlén exclamaba.  —¡Dios! ¡¿Qué ocurre, Mateo?! —, escandalizada y aterrorizada por lo que sucedía frente a sus ojos…

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