50. Un techo prestado
Malcolm sabía que no podía permanecer más tiempo allí. Aquella extraña sensación que lo había invadido cuando besó a la Druida finalmente se había disipado, permitiéndole recobrar algo de compostura. Con pasos medidos y el corazón aún inquieto, se dirigió hacia el pasillo justo cuando Josephine emergía de la habitación donde dormirían los cachorros. Ella no venía sola, por supuesto, apareció flanqueada por sus dos pequeños.
—Ya debo irme —anunció Malcolm, sintiendo la mirada de los niños clavada en él como flechas de desconfianza.
Josephine, sin poder evitarlo, dejó que sus ojos se posaran brevemente en los labios de Malcolm antes de desviar la mirada con fingida indiferencia. El gesto no pasó desapercibido para él, que sintió un hormigueo en la nuca e inconscientemente se lamió sus labios.
—Sí, entonces nos vemos luego, milord Alfa —respondió ella con voz ligeramente ronca, aclarándose la garganta mientras Malcolm asentía.
—Vendré mañana para ver cómo están —prometió, intentando que s