32. Los rizos delatores
El camino hacia las habitaciones pareció eterno para Josephine y sus mellizos. Mientras avanzaban por los pasillos apenas iluminados por antorchas, la mente de la druida no paraba de pensar y pensar en sus nuevas preocupaciones. Una parte de ella urgía a buscar inmediatamente a la Druida Superiora para informarle sobre los Omegas que estaban ocultándose en el depósito, pero sus párpados pesados por el cansancio, y los pasos cansados de sus hijos la hicieron reconsiderar su decisión.
«Puedo hablar con la Druida Superiora mañana temprano», pensó Josephine mientras observaba a Lyra bostezar disimuladamente y a Zacary rascarse los ojos. «Los Omegas no irán a ninguna parte esta noche, no con la comida que les hemos dado».
Entonces, en el instante que llegaron a su habitación, Josephine cerró la puerta con alivio. El espacio era modesto pero acogedor: tres camas pequeñas, un armario compartido donde guardaba sus túnicas verdes y un par de vestidos viejos junto con las ropitas de sus hijos, u