28. Los Hijos del secreto
TIEMPO CUANDO JOSEPHINE LLEGÓ AL MONASTERIO NIEBLA:
La Druida Superiora exhaló pesadamente después de oír las palabras de esa druida desterrada, como si el peso de esta decisión la agobiara.
—No importa. No puedo echarte. Eres una druida... —dijo con resignación—. Si no rechazamos a los humanos comunes ni a cualquiera que solicite nuestra ayuda, menos puedo hacerlo contigo. Te quedarás en el monasterio. Espero que demuestres tu valía, Druida Fletcher.
Los dos Druidas que flanqueaban a la Superiora, testigos silenciosos de aquel intercambio, asintieron con solemnidad. Sus rostros permanecían impasibles, ocultos parcialmente bajo sus capuchas verdes.
—Llévenla a una de las habitaciones vacías —ordenó la Superiora—. Que se dé un baño, dele algo de comer y proporciónenle un par de túnicas verdes nuevas. —Su voz se endureció al añadir—: Pero no curen sus heridas. Que sanen de forma natural. Eso le recordará que los Druidas debemos comportarnos con nuestros superiores...
Una vez más, Josephi