114. La confrontación en el salón McTavish
Cuando él vio a su Druida Dorada, ella tenía una mejilla enrojecida, marca inequívoca de una bofetada. Sus muñecas estaban aprisionadas por grilletes de obsidiana, que era un material que los druidas no podían tocar sin sufrir dolor y que neutralizaba cualquier habilidad mágica que pudieran poseer. Los niños, aunque sin grilletes, tenían las manos atadas con gruesas cuerdas y se aferraban a su madre con expresiones de terror absoluto.
—¡Papá! —exclamó Lyra al verlo, intentando correr hacia él, pero siendo detenida bruscamente por uno de los guardias que la sujetó del hombro.
—¡Suéltala! —rugió Malcolm, dando un paso adelante con los puños apretados y los músculos tensos, listo para atacar.
—¡Alto! —ordenó Lord Augustus de inmediato—. No estás en posición de dar órdenes, Malcolm. Has traicionado a tu esposa, a tu casa y a tu linaje como siempre haces cada vez que tienes oportunidad —Señaló con desdén a Josephine y los niños—. Estos... son la prueba de tu deshonra. Estás acabado, hijo m