105. La araña y su telaraña
Mientras Malcolm y Josephine estaban de lo más de felices en la casita en el bosque, en el castillo McTavish, a kilómetros de distancia, la mañana transcurría con una vibración muy distinta. Sarah Silvercliff se encontraba en sus aposentos privados, recostada lánguidamente sobre su cama deshecha mientras Lord Nathaniel Briarcrest se vestía con movimientos calculadamente lentos. La luz que entraba por los amplios ventanales revelaba marcas de pasión en la piel expuesta de ambos, testigos silenciosos de la noche compartida, aunque en el transcurso del día se borraría de sus cuerpos.
—Malcolm pasó otra noche fuera —comentó Sarah, estirándose como una loba satisfecha—. Es la séptima consecutiva. Ni siquiera se molesta en inventar excusas elaboradas; simplemente envía un mensaje diciendo que "asuntos urgentes" requieren su atención. La verdad, me da igual, pero al menos debería disimular un poco, ¿no crees?
Nathaniel, abotonando su camisa de seda, sonrió con un desdén que no pudo disimular.