529. Puertas cerradas.
Narra Dulce.
Despierto lentamente, como si mi cuerpo se negara a abandonar el peso de los sueños que me han retenido más de lo necesario, y lo primero que siento es el vacío a mi lado, la ausencia de Tomás en la cama que aún conserva su olor, ese calor que parece haber sido absorbido por las sábanas para recordarme que estuvo ahí, tan cerca, tan dentro de mí, hasta que el cansancio nos venció. Abro los ojos y me rodea el resplandor blanquecino de la habitación inmensa, con los cortinajes pesados abiertos de par en par hacia el mar, que golpea contra las rocas con una cadencia hipnótica, como si la mansión estuviera construida sobre el corazón mismo del océano. Estiro la mano hacia el lugar vacío y cierro los dedos en un gesto inútil, como si aún pudiera atraparlo, retenerlo, pero él no está, y la certeza me hace incorporarme con un sobresalto, desnuda todavía, cubierta apenas por las sábanas que se deslizan por mis piernas como un recordatorio de lo que dejamos a medias entre jadeos y