388. El nombre que nunca dije.
Narra Tomás Villa
Yo tenía catorce años la primera vez que lo vi.
No fue en persona, no del todo. Fue una sombra, una figura recortada contra la niebla de un callejón de Retiro, bajando de un auto negro con vidrios polarizados. Llevaba un abrigo largo, los hombros rectos, la mirada oculta tras los vidrios de unos anteojos que no necesitaba. Era noche. Nadie usa anteojos de sol en la noche a menos que quiera imponer respeto… o miedo.
Yo, desde la ventana del galpón donde mi padre cerraba negocios, lo observé sin entender del todo quién era.
Todavía no tenía nombre.
Ruiz. Nadie lo decía en voz alta. Apenas un murmullo entre cigarrillos y sobres de dinero. “El tipo”, “el patrón”, “el que manda”. A veces, ni eso. Solo un gesto: dos dedos al pecho, uno a la sien. Respeto. Peligro. Silencio.
Mi padre era un perro viejo. No por sabio, sino por podrido. Lo había servido durante años. Era uno de esos lacayos que sabían limpiar sangre sin que la camisa se manchara. Y también, como todos los cob