326. El ojo detrás del telón.
Narra Tomás Villa.
Hay algo hipnótico en cómo camina. Incluso ahora, incluso herido por dentro, incluso roto, conserva esa forma de avanzar como si todo el espacio le perteneciera. Ruiz nunca baja la cabeza. Ni cuando el mundo se le cae encima. Ni cuando le robo a la única persona que aún lo mantenía humano.
Lo observo desde una vieja sala de control, a unos treinta metros de donde se mueve. Tengo las cámaras ocultas, los sensores activos, y un monitor que tiembla levemente con cada paso suyo. Podría ponerle música a esto. Algo suave, elegante, como un vals fúnebre. Pero no. Prefiero escucharlo. Escuchar su respiración, su ira muda, esa forma de escupir silencio entre los dientes. Me habla sin palabras. Y yo… yo escucho como si cada exhalación fuera un verso escrito para mí.
Tiene el alma resquebrajada. Se nota en sus ojos. En su cuerpo que ya no responde con la precisión quirúrgica de antes. En su dolor, apenas contenido, como una bomba que carga con cariño. Y sin embargo, sigue sien