Capítulo 147. Caza.
Una hora más tarde, en San Francisco, Elías conducía a su esposa con sus hijos a los vehículos que esperaban por ellos.
—Descansa, corazón— le acomodó el cabello rubio a la mujer de cuarenta y dos, que poseía la belleza de una veinteañera. —Te veré en unos días.
—¿Seguro que tienes que quedarte?— preguntó ella poco convencida de dejarlo de nuevo. —Acordamos...
—Sé lo que acordamos, Santana— le tomó el rostro, acomodandole el cashemire en su cuello. —Pero debo resolver unos asuntos antes de marcharme de aquí. Aunque eso no quiere decir que tú vayas a cambiar tus planes.
—Odio cuando te nos separas— le acarició la barbilla exenta de vello facial.
—Odio hacerlo también, pero me entretengo contando respiros en decadencia— le besó los labios. —Además tengo otro café que probar antes de darte el veredicto que quieres.
—¿Me dirás cual va ganando? —ella preguntó y él negó.
—Es sorpresa— le besó el entrecejo. —Cuida tus cuerdas vocales del frío. Son invaluables. Tú lo eres más para mí.
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