Capítulo 114. Publicidad gratis.
Al cabo de unos días, el rugido de un helicóptero despertó a Salomé antes del amanecer. El corazón se le disparó, pensando que algo había ocurrido. No se equivocó. Pero no era lo que ella imaginaba.
Ese día Eleazar decidió que la aeronave sería su nuevo campo de tortura. Para su mente.
—Memoriza cada pieza, cada tornillo, cada nombre. No olvidas nada —ordenó con una severidad.
Lo peor no fue grabarse el manual que parecía infinito, sino repetirlo en voz alta hasta que la garganta se le secó. Cada error significaba volver a empezar, incluso de madrugada. Cuando el cansancio la vencía y los párpados se le cerraban, él encendía los rotores solo para que el estruendo la obligara a reaccionar.
El tiempo se volvió un enemigo más.
No había que decir lo mismo del campo de tiro improvisado. El monegasco le entregó un 92FS con la naturalidad con la que otros entregarían un bolígrafo, y de cierta forma lo era, porque esa era su herramienta para escribir destinos. Quería hacerle entender a Sal