El estruendo hizo eco entre los edificios como una detonación, y el caos estalló al instante. El chillido de los frenos, los gritos de los peatones y el sonido seco del impacto rompieron la rutina de la ciudad como un puñal que desgarra el silencio.
En cuestión de segundos, todo se convirtió en confusión y carreras desordenadas. Un grupo de personas se arremolinó cerca del cruce, con los rostros contraídos por el pánico mientras se escuchaban las primeras llamadas de auxilio. La voz de alguien gritaba al otro lado del teléfono que enviaran una ambulancia con urgencia. Otro intentaba contener a una mujer que lloraba al ver los cuerpos en el suelo.
Valeska yacía tendida en el pavimento, el cabello esparcido como un velo oscuro sobre el asfalto, una de sus piernas doblada en un ángulo extraño, y un leve hilo de sangre dibujándole la sien.
Su cuerpo permanecía inmóvil, más allá del leve subir y bajar de su pecho que apenas delataba que seguía con vida. A su lado, unos metros más cerca del