Desde hacía días, la ausencia de Mikhail se sentía como una sombra pesada en los pasillos de la empresa.No era solo que no estuviera físicamente; era que la energía que solía cargar cada sala que pisaba, esa mezcla de intensidad y arrogancia silenciosa, se había desvanecido por completo. Valeska trató de convencerse de que no le importaba, de que después de lo ocurrido en el comedor, después de esa confesión, de ese momento tan fuera de lugar, tan inoportuno, lo más sano era que él se alejara. Pero no podía evitar mirar su celular cada tanto, abrir su conversación por inercia, ver ese maldito doble check azul que jamás se transformaba en una respuesta.La curiosidad era una cosa. La culpa, otra. Y sí, por más que se lo negara, una parte de ella sí sentía culpa. Por no haber sido más clara. Por no haberlo visto venir. Por no haber notado antes cómo se fracturaba algo dentro de él.Así que cuando lo vio aparecer, varios días después, se le apretó el pecho sin poder evitarlo. No era el
Cuando Lisandro llegó al restaurante, su corazón latía con una mezcla abrasiva de miedo y rabia. No necesitó entrar del todo para ver lo que su mente más temía: Valeska, con la mirada perdida, tambaleante, se desplomaba justo cuando él irrumpía por la puerta, cayendo hacia delante como una muñeca rota.Sus reflejos fueron más rápidos que su pensamiento. Corrió, estiró los brazos y la sostuvo justo a tiempo, envolviéndola con desesperación, como si pudiera evitar que el mundo la lastimara con solo abrazarla más fuerte.Un pequeño fragmento de vidrio resbaló de la mano de ella, chocando contra el suelo con un sonido agudo y cruel. El eco del cristal partiendo el silencio le heló la sangre.—Valeska… —susurró, sacudiéndola con suavidad, como si su voz pudiera despertarla del letargo.Los ojos de ella, nublados y brillantes por el efecto de la droga, apenas lo reconocieron. Sus labios se entreabrieron, murmurando su nombre como si fuera un ancla.Detrás de ella, a tan solo unos pasos, Mik
La luz de la mañana se filtraba suavemente por las cortinas, tiñendo la habitación con un resplandor cálido y tenue. El silencio era espeso, casi reverente, como si el mundo entero supiera que algo importante acababa de suceder entre esas cuatro paredes.Valeska despertó con los párpados aún pesados, moviéndose despacio, como si su cuerpo se negara a abandonar la calidez del sueño. Por un momento, no supo dónde estaba. El aroma del lugar, el roce de las sábanas suaves contra su piel, el silencio a medias roto por una respiración que no era la suya… todo se sentía extraño y a la vez tranquilizador.Y entonces lo vio, a Lisandro, despierto, apoyado contra el respaldo de la cama, con el torso desnudo y el cabello revuelto, observándola como si fuese la respuesta a todas las preguntas que nunca se atrevió a hacer. Sus ojos tenían esa intensidad callada que la desarmaba; una mezcla de ternura, deseo contenido y un temor tan humano, tan real, que hizo que el corazón de Valeska se encogiera
Durante los primeros días después de que Lisandro se marchara, Valeska trató de mantenerse fuerte. Aunque su ausencia dolía, al menos había cierta constancia en los mensajes y llamadas que recibía de él.Era como si, a pesar de la distancia, siguieran sosteniéndose el uno al otro con palabras, con esos pequeños gestos que solo quienes están realmente conectados saben valorar.Las conversaciones no eran largas ni demasiado profundas, pero eran suficientes para que ella sintiera que él todavía estaba presente. Un mensaje por la mañana para preguntarle cómo había dormido, otro por la tarde para saber si había comido, y alguno al anochecer, para desearle dulces sueños. Pequeños detalles que, aunque simples, se habían vuelto esenciales.Sin embargo, esa rutina tan reconfortante comenzó a cambiar, casi imperceptiblemente al principio.Las respuestas se volvieron más cortas, los tiempos entre un mensaje y otro se alargaron, y cuando finalmente sonaba el teléfono, la voz de Lisandro sonaba di
A pesar del nudo que le apretaba la garganta, Valeska cruzó la calle con paso decidido. El corazón le latía tan fuerte que sentía su pulso en las sienes, como si cada latido gritara que no debía estar ahí, que no debía ver lo que había visto… pero, aun así, necesitaba respuestas. No podía quedarse con esa imagen clavada en el pecho. No después de todo lo que había pasado. No después de lo que compartieron, de lo que construyeron, de lo que fueron.Lisandro, al verla acercarse, pareció sorprendido por un instante. Su ceño se frunció, sus labios se entreabrieron como si fuera a decir algo… pero se contuvo. Y, como si activara un interruptor interno, todo rastro de emoción desapareció de su rostro. En un segundo, el hombre que alguna vez la había mirado como si fuera su universo, se convirtió en un completo desconocido. Uno frío. Medido. Lejano.Ella se detuvo frente a él, con la frente aún herida y una venda visible en el brazo, como prueba viva de lo que acababa de pasar. Como prueba d
El trayecto de regreso a casa se sintió eterno. Valeska iba sentada junto a Lisandro, pero era como si estuviera sola. Ni siquiera el roce de sus cuerpos al ir tan cerca servía para borrar el muro invisible que él había levantado entre ellos. Un muro helado, indestructible, hecho de palabras que no se dijeron, de ausencias prolongadas, de respuestas vacías. Afuera, la noche comenzaba a cubrir la ciudad, y las luces de los autos pasaban fugaces como si quisieran advertirle que nada volvería a ser igual.Cuando finalmente llegaron, Valeska entró al lugar que alguna vez fue su refugio y que ahora se sentía extraño, ajeno. Cada rincón parecía tener el eco de otra historia. Una en la que ella ya no tenía lugar. No esperó a que él se acomodara, no le dio tiempo de escapar, de refugiarse en otro silencio. Necesitaba respuestas. Las necesitaba ya.Se plantó frente a él en la sala, con los brazos cruzados y el rostro pálido por el esfuerzo de no derrumbarse.—Lisandro… necesito que me digas la
El auto se detuvo frente al gran edificio donde se había llevado a cabo la ceremonia de salida a bolsa, y el corazón de Valeska palpitaba tan fuerte que sentía como si su pecho fuera a estallar.El chofer apenas había abierto la puerta, cuando ella descendió impulsada por la rabia, por la humillación acumulada, por la necesidad de tener una explicación frente a frente. Y mientras avanzaba con paso decidido hacia el evento que ya daba sus últimos coletazos, lo único que tenía claro era que no podía, no iba a dejar que nadie hablara por ella.Mucho menos que alguien decidiera el destino de su matrimonio mientras ella se quedaba cruzada de brazos.La gente elegante caminaba en tacones, trajes oscuros, copas de champagne, perfumes caros y conversaciones huecas que llenaban el aire con ese bullicio sutil y elitista que pretendía parecer refinado. Valeska no encajaba, pero tampoco le importaba. Su mirada iba filtrando las imágenes como un bisturí: solo quería encontrarlo a él.Y no tardó en
Valeska no podía creer lo que acababa de suceder. Su cuerpo aún temblaba por la repentina reacción de Lisandro. ¿Cómo podía ser que en un solo instante, ese hombre que había conocido por tantos años, el padre de su hijo, el compañero de su vida, pareciera ser alguien completamente distinto? Había sido tan frío, tan distante, como si los años de matrimonio, las promesas, los sacrificios, no significaran nada.Lo miró con desconcierto, buscando algo en esos ojos que alguna vez habían reflejado cariño y comprensión. Por un breve instante, creyó ver una chispa de lo que había sido su Lisandro, el que la cuidaba, el que la miraba como si fuera la única mujer en el mundo. Pero, esa chispa desapareció rápidamente, como una ilusión rota por la cruel realidad.Lisandro la soltó, como si su contacto fuera algo que ya no deseaba. Y con una voz que denotaba un control absoluto, le dijo, sin titubear.—No hay nada que puedas hacer aquí, Valeska. Te sugiero que te vayas a casa. Yo me encargaré de t