La casa de Valeska estaba en un caos adorable, con Adrián gateando como un pequeño huracán, dejando sonajeros y babas por doquier.
Lisandro, ya sin cabestrillo y con el hombro casi recuperado, se ajustaba una camisa azul en el espejo, con los nervios traicionándolo mientras se preparaba para la gran noche. Había planeado una cena romántica en un restaurante elegante, «La Luz de la Luna», para reconquistar a Valeska, y esta vez no habría pollos quemados ni cartas con «hamor».
Ella, en la sala, terminaba de arreglarse, con un vestido negro que la hacía brillar, pero una ceja arqueada que prometía mantener a Lisandro en la cuerda floja. Goran, encargado de cuidar a Adrián, estaba en el sofá, luchando con un biberón mientras el bebé intentaba robarle el control remoto.
—¿Lista para la gran noche, «héroe»? —indagó Valeska, asomándose al espejo con una sonrisa sarcástica—. Espero que no hayas reservado en un lugar con extintores de decoración.
Lisandro se giró, tropezando con una zapatilla