Valeska no sabía en qué momento había dejado de mirar a Penélope como una amenaza para empezar a verla como un arma. Quizá fue en ese segundo exacto en que le confesó, con esa frialdad que quemaba más que el fuego, que había cortado los frenos.
No lo había dicho como alguien que se arrepiente. Ni siquiera como alguien que se enorgullece. Simplemente lo soltó como si se tratara de un dato más. Una pieza en su tablero. Una que ella había decidido mover cuando todo lo demás se había salido de control.
Y eso, lejos de horrorizar a Valeska, la llenó de una necesidad tan pura, tan brutal, que por un instante se sintió más cerca de ella que de cualquier otra persona.
Estaban sentadas en la misma mesa. La misma cafetería. Pero el ambiente era distinto. Ahora ya no estaban tanteando terreno, ni probándose entre líneas. No. Ahora compartían un objetivo, un enemigo. Y algo más oscuro que eso: el deseo de verlo caer.
—Él te usó —dijo Valeska con voz serena, casi dulce, pero cargada de veneno invi