**KLAUS**
Me acerqué despacio y me senté al borde de la cama, cuidando cada movimiento.
—¿Puedo acostarme contigo esta noche? —le pregunté, sin ironía, sin doble intención. Solo con la sinceridad de quien no quiere invadir, pero sí compartir.
Ella asintió. Y ese gesto, tan pequeño, me dio más que mil promesas vacías.
Apagué la lámpara y me deslicé bajo las sábanas. El colchón crujió ligeramente con mi peso, y por un instante, ninguno de los dos dijo nada. Solo nuestras respiraciones, otra vez, marcando un ritmo que aún se buscaba.
Ella fue quien se acercó. Su cuerpo rozó el mío. No con urgencia, sino con esa necesidad callada de quien busca abrigo. Pasó su brazo sobre mi pecho y apoyó la cabeza en mi hombro.
Mi corazón, traidor, golpeó con fuerza.
Le acaricié la espalda con la yema de los dedos, de forma suave, sin presión, como si tocara un secreto. No había prisa. No esta noche. Su perfume, su