*ÚRSULA*
El aire se sentía pesado, como si cada palabra de mi padre hubiera llenado la habitación con una opresión invisible. Su voz seguía resonando en mi cabeza, cada reproche, cada orden, cada intento de control. Me sentía atrapada, como si estuviera en una jaula que él había construido cuidadosamente a lo largo de los años. Mi postura rígida, con los brazos cruzados, era lo único que me quedaba para mostrarle que no estaba completamente derrotada. Pero por dentro, la furia crecía como un incendio que amenazaba con consumirlo todo.
Cuando finalmente se fue, dejando tras de sí un silencio incómodo, me quedé inmóvil. Mi corazón latía con fuerza, y mis pensamientos eran un torbellino de frustración y cansancio. ¿Cuánto más podría soportar esto? ¿Cuánto tiempo más podría seguir siendo la hija perfecta, la que nunca cuestiona, la que siempre obedece? Estaba cansándome, agotándome de ser tan sumisa, de vivir bajo su sombra, de ser moldeada por sus expectativas.
Respiré profundamente, intentando calmar el caos dentro de mí. Pero justo cuando pensaba que podía recuperar algo de control, una voz detrás de mí me sobresaltó.
—¿Estás bien? —preguntó Klaus, su tono bajo y casi susurrante.
Me giré rápidamente, mi corazón saltando por la sorpresa. Por un instante, pensé que mi padre había regresado, pero al ver a Klaus, una sonrisa involuntaria se dibujó en mi rostro. Había algo en su presencia que me desarmaba, algo que me hacía sentir que no estaba completamente sola en este mundo lleno de reglas y expectativas.
—No te escuché acercarte —dije, intentando recuperar la compostura.
Klaus me miró con una mezcla de curiosidad y preocupación, como si pudiera ver más allá de mi fachada. Y aunque sabía que debía ser cautelosa con él, no pude evitar sentir un pequeño alivio al tenerlo allí. Por primera vez en mucho tiempo, alguien parecía interesado en cómo me sentía, no en lo que debía hacer.
Mi sonrisa, aunque tenue, se mantuvo firme en mis labios. Una pequeña, vacilante luz en la oscuridad. Quizás, solo quizás, él era esa chispa largamente esperada, la ignición necesaria para encender algo dentro de mí. Incluso si ese fuego terminara consumiéndome, incluso si me quemaba hasta las cenizas, sentía que valía la pena el riesgo. El impulso de arriesgarme era demasiado fuerte para ignorarlo.
—¿Por qué me miras de esa manera? —preguntó, su voz cargada de una falsa, estudiada inocencia. Sus ojos, sin embargo, decían una historia diferente.
—¿Alguna vez te has atrevido a besar a un completo desconocido? —repliqué, sintiendo el latido de mi corazón acelerarse. Era una provocación, una invitación peligrosa.
—¿Estás sugiriendo que quieres que te bese? —respondió, acortando la distancia entre nosotros.
Se acercó lentamente, cada movimiento calculado, emanando una aura magnética que comenzaba a derretirme por dentro. Mi razón me gritaba que huyera, que escapara de esa peligrosa atracción. Pero mis pies estaban clavados al suelo, incapaces de obedecer. No quería huir, a pesar del peligro inminente.
—¿Te atreves a hacerlo? —lo desafié, sintiendo el cosquilleo de la anticipación y el miedo mezclarse en mi estómago. La pregunta flotaba en el aire, cargada de tensión.
Sin vacilar un solo instante, sin permitirme siquiera prepararme, me sujetó con firmeza del cuello. Sus dedos se entrelazaron en mi cabello, acercándome aún más. Y entonces, me besó. No fue un beso suave ni tímido, sino una tormenta, una ráfaga de pasión desatada con la fuerza impetuosa de un vendaval furioso. Un torbellino de sensaciones que me arrebató el aliento.
Sus labios eran fuego, una promesa de destrucción y placer entrelazadas. No había dulzura, solo una posesión ardiente, una reclamación audaz. Me perdí en la vorágine, abandonando toda pretensión de control. Mi mente se nubló, cediendo ante la pura animalidad del momento. Era una danza peligrosa, un juego donde las apuestas eran mi propia cordura, mi propia alma. Y yo, insensata, no me resistía.
Profundizó el beso, explorando cada rincón de mi boca con una intensidad que me quemaba. Un gemido escapó de mis labios, un sonido que no reconocí como propio. Mis manos, antes inertes, se aferraron a su camisa, arrugándola con fuerza mientras me aferraba a él como si fuera mi salvación. O quizás, mi perdición.
Cuando finalmente se separó, dejándome sin aliento y temblando, el aire a mi alrededor parecía cargado de electricidad. Lo miré, mis ojos nublados de deseo y confusión. ¿Quién era este hombre que me había desarmado con un simple beso? ¿Qué clase de brujería había usado para despertar esta tormenta dentro de mí?
—¿Eso responde a tu pregunta? —murmuró, su voz ronca y cargada de una satisfacción palpable. En sus ojos, vi un brillo triunfal, como si hubiera conquistado una batalla.
Tragué saliva, incapaz de encontrar las palabras. Era una pregunta retórica, lo sabía. Él ya tenía la respuesta. Me había arriesgado, había saltado al vacío sin red de seguridad, y ahora me encontraba a su merced.
—¿Y ahora qué? —logré articular, mi voz apenas un susurro.
Una sonrisa lenta y depredadora se extendió por su rostro. —Ahora —respondió, acercándose de nuevo—, descubrimos hasta dónde estás dispuesta a llegar.
Nunca imaginé que mi primer beso llegaría de esa manera, con una intensidad que me dejó completamente perpleja. Fue un momento que me paralizó, una mezcla de sorpresa y una oleada de emociones que no sabía cómo manejar.
Mis instintos me pedían que retrocediera, que recuperara el control de la situación. Pero en lugar de apartarme, permanecí allí, inmóvil, intentando descifrar lo que acababa de ocurrir. Por dentro, mi mente gritaba: ¡Es tu primer beso, Úrsula! ¡Ni siquiera sabías cómo sería! Pero no podía dejar que él supiera la verdad. No podía permitir que Klaus, de todos los hombres, supiera que había sido la primera persona en cruzar esa línea conmigo. No podía ser una palomita inocente a sus ojos.
Inspiré profundamente, ignorando el calor en mis mejillas que seguramente delataba mi vulnerabilidad. Mi sonrisa tenue apareció casi instintivamente, tratando de proyectar una imagen de control. Quería aparentar ser una mujer experimentada, segura de sí misma, acostumbrada a momentos como este. No una joven con un corazón que latía tan fuerte que parecía querer escapar de mi pecho.
—Interesante, —dije con un tono deliberadamente casual, como si no hubiera sido más que un beso entre dos adultos que sabían lo que estaban haciendo. Mi voz era firme, pero mi interior era un caos. Me preguntaba si él podría notar la ingenuidad que intentaba esconder con tanto esfuerzo.
*ÚRSULA*Klaus me observó con esa mirada suya que parecía atravesar las fachadas, y por un instante me pregunté si había logrado engañarlo. Si podía ver más allá de mi máscara, no lo demostró. Su sonrisa era un poco más sutil de lo habitual, y aunque quería leer algo en mí, me di cuenta de que él también jugaba su propio juego.—Nada mal. —expreso.Mientras intentaba calmar las emociones que luchaban por controlarme, sentí un leve orgullo por haber logrado mantener la compostura. No había retrocedido. No había dejado que él se diera cuenta de que había sido mi primer beso. Pero también me sentí extrañamente expuesta, como si algo en mí hubiera cambiado con ese gesto inesperado.En el fondo, sabía que Klaus era un experto en juegos, y este beso no había sido un accidente. Pero aunque una parte de mí quería analizar sus intenciones, otra, más pequeña, pero más audaz, quería simplemente disfrutar ese momento. No obstante, por primera vez en mucho tiempo, me sentía viva.El sonido de los
*KLAUS*Ahí estaba ella, Úrsula Meyer, siendo arrastrada por su padre como si fuera una niña incapaz de tomar decisiones. Su postura rígida, los brazos cruzados y la mirada que lanzaba al vacío me decían todo lo que necesitaba saber: estaba furiosa. Y esa furia, esa chispa de rebeldía que brillaba en sus ojos, era exactamente lo que yo había estado esperando.Me quedé de pie, con la copa en mi mano, observando cómo subía al coche. No aparté la mirada ni un segundo, deleitándome con la escena. Había algo fascinante en verla luchar contra las cadenas que la ataban, en saber que yo era parte de esa lucha. Había plantado la semilla, y ahora solo quedaba esperar a que germinara. Porque sabía que lo haría. Úrsula no era como las demás. Había algo en ella, algo que la hacía diferente, y yo estaba decidido a descubrirlo… y a usarlo a mi favor.Una sonrisa se dibujó en mis labios, lenta y calculada. No era una sonrisa de triunfo, no todavía. Era una sonrisa de intriga, de anticipación. Porque
*KLAUS*Me permití una sonrisa más amplia esta vez, disfrutando de su desconcierto. —Digamos que el chofer está lidiando con una pequeña contingencia técnica. —no era necesario que supiera que yo mismo había provocado aquella “contingencia”, cortando dos de las llantas del coche mientras ella estaba distraída dentro del café. Un movimiento sencillo, discreto, pero efectivo. Ahora, tendría tiempo suficiente para hablar con ella sin interrupciones.Úrsula me miró con cierta incredulidad, pero también había algo de admiración en sus ojos, aunque intentara esconderlo. Sabía que estaba comenzando a intrigarla, a desafiar la imagen que su padre probablemente quería que tuviera de mí. No era un hombre cualquiera, y ella empezaba a darse cuenta.—Entonces, ¿qué dices? ¿Te quedas un poco más? —pregunté, mi tono cuidadosamente neutral, pero con la intención justa para hacerle saber que no iba a insistir si decidía irse.Ella dudó por un momento, mordiendo ligeramente su labio inferior, como si
*KLAUS*El auditorio comenzó a llenarse poco a poco. Estudiantes hablando entre ellos, risas, murmullos, los sonidos típicos de un espacio académico. Yo me mantuve detrás del escenario, observando desde las sombras, esperando a que Úrsula llegara. Y entonces la vi. Entró con una naturalidad que no podía ser fingida, con su mochila colgada del hombro y una expresión mezcla de curiosidad y escepticismo. Se sentó en una de las filas del medio, rodeada de compañeros, pero su presencia destacaba. No pude evitar sonreír.Cuando me llamaron al escenario, caminé con confianza, sintiendo cada mirada fija en mí. Mis pasos resonaron en el auditorio, y al tomar el micrófono, hice una pausa, permitiendo que el silencio se asentara antes de comenzar.—Buenas tardes a todos. Es un honor estar aquí hoy, rodeado de mentes brillantes y hambrientas de conocimiento. —mi voz resonó con seguridad, y miré alrededor, asegurándome de cruzar miradas con tantos estudiantes como fuera posible. Pero mis ojos volv
*KLAUS*Dije aquello como si fuera un hecho, como si ya supiera qué habría una próxima vez, que no se trataba de un adiós definitivo. No intenté insistir; sabía que debía dejar la puerta abierta sin presionarla. Sus labios se entreabrieron, como si estuviera a punto de decir algo más, pero finalmente no lo hizo. Su mirada bajó por un instante antes de volverse a alzar hacia mí.—Nos vemos pronto, —dijo, finalmente, su voz más suave de lo que esperaba.Me despedí con un gesto fácil y me alejé, pero solo lo suficiente para dejarle espacio sin perderme la oportunidad de verla marchar. Mientras caminaba hacia su destino, la noté dudar por un momento, girando la cabeza ligeramente hacia atrás, como si quisiera asegurarse de que seguía allí. Sonreí por mí mismo. La conexión estaba creciendo, paso a paso, y el juego seguía su curso.El momento se sintió casi perfecto. Mi propuesta, mi tono, su reacción… cada pieza estaba encajando. Ahora solo debía esperar a ver cómo reaccionaría la próxima
**ÚRSULA**Me giré de golpe, mirando el techo como si pudiera encontrar respuestas en las grietas de la pintura. Mi corazón seguía latiendo con fuerza, no solo por la discusión con mi padre, sino por la idea de Klaus. Su voz, su mirada, su manera de desafiar todo lo que yo también quería desafiar. No podía dejar que mi padre me alejara de eso.Agarré mi celular del escritorio, mis dedos temblaban un poco mientras desbloqueaba la pantalla. No tenía un plan, solo sabía que necesitaba sentirme conectada a algo que no fuera esta casa, estas paredes que parecían cerrarse sobre mí. Busqué el nombre de Klaus en mis contactos y, sin pensarlo demasiado, le escribí:“¿Qué haces? Necesito escapar de esta jaula. ¿Tienes alguna idea para divertirnos?”Presioné enviarla antes de que pudiera arrepentirme. Me quedé mirando la pantalla, esperando esos tres puntos que indicaban que estaba escribiendo. Mi corazón latía con fuerza, pero esta vez no era por enojo. Era por la emoción, por la posibilidad de
**ÚRSULA**Mire el vino o lo que sea, algo extraño. Lo llevé a mis labios, un poco insegura, y dejé que el líquido dulce y refrescante me sorprendiera. Había algo de picante al final, pero era sutil, solo lo suficiente para despertar mis sentidos. Sentí una chispa de emoción al pensar que estaba probando algo nuevo, algo que nunca habría imaginado en mi vida cotidiana.—¿Qué te dije? —preguntó Klaus, con una sonrisa de satisfacción al ver mi reacción.—No está mal —respondí, intentando sonar indiferente, pero la sonrisa en mi rostro me delataba.El tiempo parecía diluirse en el ambiente del club. Bailamos, al ritmo de la música y seguimos probando más tragos cuyos nombres ni siquiera intenté recordar. Cada uno tenía un sabor distinto, una experiencia nueva que me hacía sentir más viva. A veces, sentía la mirada de Klaus sobre mí, y cada vez que lo hacía, mi corazón latía un poco más rápido.Había algo en sus ojos, en su expresión de complacencia, que me hacía sentir como si esa noche
*KLAUS*La observaba desde mi lugar junto a la barra, apoyado con el codo sobre la superficie de madera, mientras giraba lentamente mi copa entre los dedos. Úrsula tenía esa habilidad innata de hacer que todo a su alrededor pareciera más interesante, más vivo. Cada vez que probaba un vino nuevo, sus ojos se abrían un poco más, como si estuviera descubriendo un nuevo secreto del universo. Era fascinante. Podía sentir su curiosidad, su emoción, como si nunca hubiera probado algo tan simple, y a la vez tan sofisticado.Sonreí para mis adentros, complacido. Mi plan iba exactamente como lo había imaginado. Ella buscaba algo diferente, algo que rompiera con la monotonía de su mundo, y yo estaba más que dispuesto a dárselo. No porque fuera un estratega maquiavélico, sino porque había algo en ella que despertaba mi interés, un deseo casi instintivo de mostrarle todo lo que todavía no conocía, todo lo que podía ser.—¿Otro? —pregunté, levantando la ceja cuando terminó el último sorbo de su cop