**KLAUS**
Diego. Podía imaginarlo, sentado en su trono de poder, creyéndose dueño de todo, incluso del destino de su hija. Y si tenía razón —si estaba detrás de esto—, entonces el juego había cambiado.
—¿Tanto te asusta verme al lado de tu hija, viejo bastardo? —murmuré con veneno.
Mi teléfono vibró. Mensaje de mi asistente.
—La matrícula parcial corresponde a una flota de vehículos alquilados por una empresa de seguridad privada… Meyer los usó hace dos semanas. Mismo proveedor. —la sangre se me heló un segundo… y luego hirvió.
Él es muy desgraciado. Él no firmó el contrato. No solo eso, sino que él no alquiló la camioneta. Pero la empresa estaba en sus manos. Eso lo decía todo.
Marqué el número directo de Diego Meyer.
Me contestó su secretario. —Dígale que Klaus quiere hablar. Y que no va a pedirlo dos veces.
Unos segundos de silencio. —Lo siento, el señor Meyer no está disponible.
—Dile que ya voy en camino a su casa. Si quiere evitar que entre derribando la puerta, que esté esperán