La noche cayó con una suavidad que parecía hecha a propósito para envolverlos. La luz tenue de la lámpara de noche dibujaba siluetas suaves sobre las paredes, mientras el leve zumbido del monitor para bebés llenaba los silencios como una melodía constante, reconfortante.
Valeska estaba recostada de lado, mirando a Lisandro en silencio. Él tenía una mano bajo la almohada, la otra descansando entre sus cuerpos, rozando apenas su vientre. Ese vientre que, aunque todavía plano, guardaba en secreto una vida nueva. Habían pasado tantas tormentas que ese simple roce se sentía como un ancla.
—No puedo dormir —susurró ella, con voz ronca de agotamiento emocional.
—Yo tampoco —respondió Lisandro, sin abrir los ojos, solo acercándose un poco más—. Tengo la mente llena. De nosotros.
—¿Nosotros?
—Sí —abrió los ojos entonces, mirándola de frente—. De todo lo que fuimos, lo que pasamos… lo que aún somos.
Valeska asintió lentamente. Su mirada se perdió un momento en el techo, como si pudiera proyectar