Ella miró su teléfono y luego miró a Álvaro culpable. Él lo supo inmediatamente: era Sebastián.
Bajó la cabeza y se apartó de ella para que hablara con tranquilidad, aún así pudo escucharla perfectamente.
—¿Aló?... Es que…no estoy en casa… No… No, Sebastián… Escúchame… Sí, me llevó al médico… Sebastián, por favor…
Un par de lágrimas corrieron por las mejillas de la joven cuando colgó el celular.
—¿Se enojó? —Preguntó con ironía, Álvaro.
—Cree que usted y yo somos…
No pudo pronunciar la palabra… Y no necesitó decirla para que Álvaro comprendiera.
—Lo siento —dijo ella después de un rato de silencio, él la miró sin comprender.