—No lo creo. Él amaba mucho a su esposa y esperaba ansioso el momento de jubilar para dedicarle el tiempo que no tuvo en todos estos años.
—Pero tenía un “nidito de amor”.
—Pudo ser cualquier cosa. Un lugar para relajarse, para reunirse con clientes, sin necesidad que llevarlos a su casa, algo que él odiaba, lo mismo que los restoranes para hacer negocios.
Sebastián bajó la vista, eso él lo sabía perfectamente, su padre odiaba las reuniones pactadas en algún restaurant, él decía que aquellos eran lugares para distenderse, no para trabajar.
—No más preguntas —terminó incómodo. Se había desconcentrado.
—La defensa —llamó el secretario a Álvaro.
—¿Qué edad tenía usted cuando conoció a Miguel Vicuña?
—No lo sé, creo