5. Compatibles

Sergei se sorprendió mucho de ver a Irini en aquel lugar, pero se sorprendió más aún al ver que la indumentaria que ella portaba era propia de un médico residente. La miró venir, la miró al cruzar, y miró alejarse. Hubo un momento en que ella pareció mirar hacia donde él estaba, pero no hizo ningún gesto. Eso lo convenció de que ella aún seguía molesta con él.

—...Vamos a estar realizando unos  exámenes para establecer el verdadero estado de ese riñón, pero ya les estoy adelantando mi opinión sobre el resultado más probable que esas pruebas podrían arrojar. Pienso que, a más tardar, mañana, podremos dar un diagnóstico más certero— así finalizaba el discurso del doctor Semiónov.

—¿Y no lo podemos ver en este momento, doctor?— preguntó Tanya.

—No. Tiene que entender que su estado es delicado. Él necesita descansar y tener una supervisión médica permanente. Es muy probable que para este momento ya lo estén trasladando a terapia intensiva. Lo que sí pueden hacer los familiares, en virtud de que muy probablemente se llegue a necesitar un donante de riñón, es hacerse las pruebas de compatibilidad.

—He leído que esas pruebas pueden tardar meses en ser completadas—responde Tanya.

—Eso era cierto hasta hace poco. Este hospital es pionero en el desarrollo de tecnología de punta que ha permitido reducir el tiempo de espera a pocas horas, a veces, incluso, se logra en minutos— aclara el médico.

—Que bueno, ¿puedo hacerme esa prueba ahora?— preguntó Tanya.

—Les aclaro que es imperativo que el donante sea de sexo masculino. Los trasplantes de riñón de mujer a hombre tienen una tasa casi nula de éxito. El familiar aquí presente—Semiónov señala a Sergei— podría hacerse esa prueba si lo desea.

Polina, con lágrimas en los ojos,  miró a Sergei, esperando la natural respuesta negativa, pues él no era familiar del paciente. Sergei sintió pena del drama que ellas estaban viviendo, y decidió contestar:

—Por supuesto que sí quiero hacerme esa prueba. ¿A dónde tengo que ir?

—Le voy a hacer una orden para que los resultados sean cruzados con los de su familiar convaleciente. Con esa orden, usted puede ir al laboratorio, al final del pasillo “C”, ese que tenemos a la derecha. La prueba no debería tardar más de cuarenta minutos.

El médico sacó una libreta parecida a un talón de récipes, y elaboró la orden, firmando y sellando el papel. Sergei tomó la orden, se despidió del doctor y siguió con Tanya y Polina hacia el pasillo indicado. Recorrieron el largo pasillo, donde había distintas dependencias del hospital, hasta que encontraron el laboratorio.

Preguntó por la prueba  a una persona que estaba allí. Él entregó la orden y le pidieron que esperara unos minutos afuera. Se sentó un rato con las mujeres, pero poco después le ordenaron pasar al interior. Allí había raros dispositivos que no supo reconocer, pero que le hicieron recordar lo que el médico hablaba sobre “tecnología de punta”.  Le pidieron que se quitara la camisa y se acostara en una camilla, al lado de una máquina con un panel digital, que le llegaba a la cintura. Le tomaron una muestra pequeña de sangre y lo esparcieron en una placa de vidrio que fue colocada en un compartimiento especial de la máquina. Le pusieron frente a su cara algo que parecía ser un sofisticado lector de retina, sintió un impacto de luz y de inmediato se lo retiraron. Al final, le colocaron varios sensores en las regiones de pecho y abdomen.

La chica que operaba la máquina le dijo:

—Va a estar así acostado alrededor de quince minutos. Procure estar lo más relajado posible. Yo vuelvo dentro un rato.

—¿Y cómo es tu nombre?— preguntó Sergei.

—Ah, perdón. Yo soy Alina. Por favor, relájese que yo vuelvo en unos minutos.

—Muy bien. Perfecto. Relajado estoy. Mente en blanco…

Sergei se recostó y miró hacia el techo raso. No había mucho que ver ahí, fuera de los raros aparatos. ¿Se preguntaba si todos ellos eran tecnología innovadora? Luego pensó en la inesperada manera en que se arruinaron los planes del día. El solo hecho de verse allí acostado, en un lugar muy distinto a donde él pensaba estar, ponía en entredicho toda la doctrina sobre disciplina y compromiso que desde niño le había inculcado su padre. Pensó que tal vez era cierto aquello de que el hombre solo es una brizna de paja arrastrada por el furioso vendaval.

—Creo que ya la lectura está completa. Son sumamente interesantes algunos de los valores que ya se ven aquí.

Sergei miró, esperando ver a Alina, pero se sorprendió de encontrar allí, como un ángel caído del cielo y que aparece de la nada, a su prometida Irini.

—¡Hola! ¿Y qué haces tú aquí? te vi por el pasillo hace rato, pero no quisiste verme. Pensé entonces que sigues molesta conmigo— expresó Sergei.

—Yo trabajo aquí, aunque es una historia larga y complicada. No te vi en el pasillo y no estoy molesta contigo. Creo que ya habíamos adelantado un poco de que nos va a tocar mantener nuestras vidas separadas. — Contesta Irini.

—Pero viviendo juntos…

—Bueno, sí… Además, creo que no podría molestarme nada de lo que tú hagas. Ya yo sé cómo eres, y la vida a la que estás acostumbrado. Lo que no entiendo es…  ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Por qué te estás haciendo esta prueba? Vi tu nombre en la ficha y vine a ver si de verdad eras tú.

—Mi chofer sufrió un grave accidente en la limusina.

Irini sintió un inesperado sobresalto:

—¿Y a ti qué te pasó? ¿Te golpeaste?

—No… Yo no estaba con él. Yo venía del aeropuerto cuando vi la limusina accidentada, entonces decidí seguir a la ambulancia.

—¿Y para qué es esta prueba de compatibilidad?

—Al parecer, su riñón sufrió daño en el accidente y, para colmo de males, él nació con un solo riñón.

Irini se sorprende mucho y pregunta:

—¿Y tú serías capaz de donarle un riñón a tu chofer?

—La verdad es que ni siquiera he pensado en eso. El doctor creyó que yo era un familiar del paciente y acepté hacerme esta prueba porque su esposa y su hija no pueden. Honestamente, no creo que resulte compatible, eso sería demasiada casualidad pues yo ni siquiera soy familia suya.

—¿Y qué tal si te digo que sí eres compatible?

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