MONSERRAT
Tres días antes de la primera carrera de Julián volví a la casa de mis abuelos. Era un viaje que había esperado con ansiedad durante semanas, contando los días en el calendario como una niña pequeña que espera las vacaciones de verano. Hacía casi cuarenta días que no lo veía, y aunque hablábamos a diario, no era lo mismo. Nada podía reemplazar la sensación de tenerlo cerca, de escuchar su risa en vivo, de sentir su mirada fija en mí.
Mis abuelos me recibieron con la calidez de siempre. Me abrazaron fuerte y me preguntaron por la universidad, por las clases, por mis amigas. Les respondí con entusiasmo, aunque mi mente estaba en otro lado. En Julian. <